El papel del aficionado común
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El papel del aficionado común

Lizandro Samuel
2015-01-05 06:51:44
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¿Cuál es el papel del aficionado común?, ¿quién es el aficionado común?

Aclaremos algo, la mayor parte de los seguidores de un equipo de fútbol no son barristas, no son esos tipos que van a absolutamente todos los juegos y que, llegado el momento, escogerán a los colores de su institución por sobre todas las cosas. No. Son personas que, al igual que los hinchas más fervientes, han encontrado en el balón un punto de desahogo, una manera de solventar alguna carencia emocional y un entretenimiento seguro; sin embargo, no se tatuarán el escudo del equipo ni preferirán ir a un partido antes que irse de viaje con su pareja.

Este lote de personas, que es en realidad el que llena el estadio, tiene obligaciones, profesiones y costumbres comunes. En algún punto de su vida, la relación con el fútbol se verá deteriorada debido a las obligaciones que trae consigo la madurez, al cambio de prioridades inherentes a la edad, y porque ­–seamos sinceros– es difícil renovar la efervescencia del encanto hacia una actividad que luego de varios años se torna monótona: el equipo que hoy gana, mañana perderá; siempre habrá un nuevo crack, una nueva polémica, etcétera. En el fútbol, o se renuevan las formas de acercarse a él, o se cae en un infatigable aburrimiento.

Urinarios tapados en tres actos

Uno: desde casi principios de temporada, hay un par de urinarios de los baños de la tribuna principal del estadio Olímpico de la UCV dañados. El asunto es el siguiente: al parecer están tapados, lo que provoca que el orine se empoce. Lo irónico es que en vez de ser reparados los que no funcionaban, se fueron estropeando los que sí servían; de este modo, para el último partido del Torneo Apertura 2014, al menos un urinario por baño, de la tribuna principal, no estaba en condiciones de ser usado. ¿Quiénes son los responsables de repararlos? Me atrevería a decir que la UCV y todos los equipos profesionales que hacen vida en el estadio: Deportivo Petare, Deportivo La Guaira y Caracas F.c. ¿Por qué?, porque es deber de las tres instituciones garantizar la comodidad de quienes asistan a los partidos; resulta demasiado cínico hacer campañas para conseguir público cuando ni siquiera se garantiza un baño decente para los espectadores. Tanto la UCV como sus inquilinos deberían pujar hacia el mismo lado: tener el mejor estadio posible.

Dos punto uno: una semana antes de que ocurriera lo que narraré a continuación, había conversado con mi compañero Juan Pablo sobre lo impresionante que resultaba el hecho de que no solo no arreglaran los urinarios, sino que cada vez había más en peor estado. Él insistía: “Hay que quejarse; pero no quejarse por quejarse, sino porque alguien tiene que hacer algo”; la verdad, lo que más nos sorprendía a ambos era que, pese a que ciertos urinarios se encontraran tapados y rebosantes de orine, le gente –desde niños instigados o no sancionados por los padres, hasta hombres de cabello canoso– los seguía usando sin importar que una corriente de orine inundara todo el piso del baño.

Dos punto dos: soy humano. Me gusta leer, desarrollar mi consciencia y trabajar por tratar de encontrarle diferentes perspectivas al mundo; sí, pero soy humano. De repente, con el desarrollo emocional se aprende a no reaccionar a los primeros nueve escupitajos, pero quizá reaccione al diez. O a diferencia de los primeros nueve, aunque logre controlarme, el diez sí me altere.

Lo cierto es que había tenido un mal día. De esos en que pequeñas cosas personales se juntan para ponerte de muy mal humor; y, de paso, hay situaciones que te hacen estallar en rabia e incomprensión; como lo fue, en mi caso, el que los jugadores del Caracas y del Atlético Venezuela (Jornada 14) se ensartaran en una pelea absurda, justo una semana después de que en Acarigua muriera un hincha del Lara. Me molestó el revoltijo de futbolistas, el mal ejemplo, ver a Rubert Quijada gritando: “¡Mamawevo!, ¿¡eres burda de malo!?, ¡te voy a reventar a coñazos!”, y una serie de amenazas similares; a Guillermo Octavio haciendo todo lo posible por pelear, en una muestra de más testosterona que neuronas; a Di Giorgi teniendo que ser agarrado por sus compañeros para no perder el control, entre otras cosas que no alcancé a detallar bien. Y entonces, alterado, decidí ir al baño.

Tres urinarios funcionaban, uno no. Luego de hacer la cola, me posicioné frente al que estaba continuo al que se encontraba rebosante de orine. Los zapatos de todos quienes entraban al baño chapoteaban en un charco de poca consciencia. Mientras orinaba, un hombre, de unos 40 años quizá, con la franela del Caracas, amagó con utilizar el urinario tapado. “Coye, panita, si haces eso se va a desbordar”, dije con algo de molestia; “Es verdad, es verdad”, respondió cordialmente y esperó a que se desocupara otro espacio.

Casi cuando estaba por terminar, un chamo, de como 25 años, con los ojos inyectados, su tez morena adquiriendo un llamativo color rojizo, y una franela del Caracas más un recipiente en el que parecía haber cerveza, se acercó al urinario y ¡vertió el liquido sobre el orine empozado! Obvio, el mismo se desbordó.

“¡Coño, viejo, ¿es necesario?!”, grité, se me cruzaron los cables, muchos ojos voltearon hacia mí.

La respuesta del chamo no me quedó clara: estaba muy borracho, o algo más, como para hablar con firmeza. Acto seguido, tras subirme el cierre y acomodarme el pantalón, inicié una vehemente perorata sobre “lo corto de mente que hay que ser para proceder de esa manera”. Con su hablar seco, bajo y ahogado, mientras se acomodaba en el espacio que yo había desocupado, me ofreció “unos coñazos”. Los rechacé con igual vehemencia: “¡No seas idiota!, ¿¡para qué me voy a caer a golpes contigo!?”

Tres: en la jornada 16, otra vez, la escena se repitió (Menos mal no presencié algo así en la jornada 15, en el Petare vs. Mineros) pero con más cordura de mi parte. Desde la cola vi como quien estaba delante de mí procedió a desbordar el orine de un urinario. Traté de abogar en favor del sentido común mediante frases como “Si nosotros no cuidamos el estadio, ¿quién lo va a hacer?” El tipo en cuestión me ignoró, mientras que el que estaba junto a él me vio, se encogió de hombros, puso cara de lamento y exclamó: “Arrecho es el personal de la UCV que todavía no ha acomodado esto”.

Justo una semana después, en un cierre de torneo marcado por vándalos que sabotearon el Petare vs. Trujillanos, antes de que aparecieran las piedras, los perdigones y las lacrimógenas, hacíamos la cola –en el entretiempo– para entrar al baño Juan Pablo y yo. Esta vez no solo vimos gente de todo tipo usando dos urinarios tapados, ¡sino que hasta hinchas de Trujillanos, llenos de impaciencia e ignorancia, decidieron orinar directamente en las paredes del baño! Juan Pablo me vio lleno de asombro, pues tras el primer hincha del Tru que tomó tal resolución, otros varios lo imitaron; pronto (Léase bien lo que voy a escribir y pónganse como subtítulo “solo en Venezuela”) ¡se formó una cola paralela para orinar en una pared, en una esquina continua a los lavamanos!

El papel del aficionado común

Al aficionado común no se le puede pedir un apoyo tan incondicional como el de los barristas, tampoco puede hacer un aporte directo al balompié como podrían hacerlo directivos, entrenadores, jugadores e inversionistas; mucho menos están dentro de sus obligaciones quejarse y criticar, ni hacer un ejercicio constante de denuncia o información como le toca hacerlo a la prensa. Nada de eso. Lo único que se le pide, cuando compra una entrada para acceder a entretenimiento, es que así como no tiene la obligación de sumar, que por favor no reste. Si no limpia, que no ensucie. Si no quiere apoyar más nunca en su vida al fútbol venezolano, que no lo haga, es su decisión, pero no es necesario que lo maltrate.

Actualmente, las quejas pululan en el país. Social y económicamente se está atravesando una complicada situación que desde siempre se ha vivido en Venezuela como país fútbol. Para algunos resulta difícil entenderla. A mí, cada vez me cuesta menos: me basta con ir cada fin de semana al estadio y ser testigo de que a los que tienen el poder no les interesa reparar las cosas, y los que no lo tienen no les interesa cuidarlas. Si no me creen, hagan la prueba: acompáñenme a un partido en el estadio Olímpico de la UCV y verán que la referencia a los urinarios tapados bien podría ser un eufemismo para hablar de la mentalidad del venezolano común, ¡perdón!, del aficionado común.