Partidos extraños
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Partidos extraños

Lizandro Samuel
2014-05-25 19:52:21
958

Zamora se coronó campeón de la temporada, pese a perder 2-0

  1. En Puerto Ordaz no llovía desde hacía semanas; el cielo, como con ánimos de romper esa monotonía, estalló en llanto horas previas al partido. ¿Lloraba de tristeza o alegría? Para la hinchada local el agua resulta un buen augurio, sobre todo porque ahuyentaba el típico calor. La Burra Brava, por su parte, quizo creer que la Furia Llanera había hecho llorar, de miedo, al cielo guayanés.

  2. Desde el primer minuto la intención de Zamora era clara: estirar al máximo el resultado en la ida, vivir de lo hecho. Los jugadores se dejaban caer al campo ante el más sutil roce, exageraban y buscaban de todas las formas posibles congelar el tiempo. Todo esto aunado a una propuesta futbolista sostenida en el 4-3-3, con Falcón, Murillo y Ramírez como únicos atacantes, mientras el resto del equipo se resguardaba en zona 1 y 2 propia.

  3. Mineros exprimiría las cualidades de su modelo: al ritmo de Ricardo David junto a la dinámica del Lobo y las precisión de Jiménez y Acosta, el equipo se movía en perfecta armonía. Encontraba espacios, provocaba errores en el rival y hería con un Vallenilla Pacheco que fungía como un cuchillo en el flanco derecho: hiriendo, penetrando, dando amplitud.

  4. Ocasiones no le faltarían al local; eran, además, superiores. Los brazos de Acosta, cada vez que el juego se detenía, se elevaban con euforia solicitando el aliento del público. Un público no acostumbrado a ver fútbol, pero determinado a aprender. Sin tener muy claro el cómo, entendían su deber: aupar; y, en la medida de lo posible, lo hacían.

  5. La Burra Brava gritaba con locura. Eran pocos pero se hacían sentir. En la cancha, Zamora parecía necesitar de más jugadores para descifrar la movilidad local. Sufrían y agradecían a la divina fortuna disfraza en la falta de tino guayanesa.

  6. Tras un buen primer tiempo local, en el que un gol del Lobo mantenía fresca la sensación de que sí era posible la remontada, el segundo tiempo arrancaría con una baja de intensidad en Mineros. ¿Por qué? Repentinamente, como si la ansiedad pesara, la dinámica perdió su característico caos, mientras los jugadores -salvo Acosta y Jiménez- hacían cada vez más movimientos frontales, predecibles, y menos de ruptura; especialmente el Lobo, quien paulatinamente iría guardando los colmillos.

  7. Richard necesitaba reavivar el equipo, inyectarle energía al sopor. Angelo Peña era el escogido. Caminaba hacia la línea de cambio, el árbitro asistente alzaba la pantalla y mostraba el número diez. Chao Ricardo David. El histórico crack bajaba la cabeza mientras sus ojos amagaban a continuar la lluvia que ya se había detenido. La tribuna lo aplaude, le agradece y le muestra la gratitud que en ciertas ocasiones mereció y no se le dio. Quizá el llanto en Puerto Ordaz era por eso, porque uno de los mejores volantes de la historia del fútbol venezolano se retiraba.

  8. Peña, por su parte, ejercería de desfibrilador. Reanimaba al aletargado Mineros. Era tiempo de los regateadores: con pases profundos, luego de encarar, abría espacios. Mineros, poco a poco, retomaría el buen ritmo del primer tiempo.

  9. Y llegaría el penal. Y el gol. Y la esperanza consumiendo esteroides. Y nada más. Porque a los locales les pesaría cada una de las ocasiones desperdiciadas; así como el autogol de Acosta en la ida, el adormecimiento de los primeros minutos, y, por supuesto, el extraño gol de Falcón.

  10. Pese al timorato planteamiento de Zamora, el partido era bueno, sólo se manchaba con algunas discusiones tontas, salidas de tono de algunos jugadores de Mineros y con la insistencia de Zamora de provocarlos al perder, de manera descarada, todo el tiempo posible.

  11. A lo largo del partido, Zamora se valería de tan sólo un par de llegadas producto de su gran manejo en las transiciones defensa-ataque y de la calidad individual del tridente ofensivo. Aruñaban la retaguardia negriazul como si del tridente del Diablo se tratara. Tito Rojas y el defensa de turno hicieron más de un cierre milagroso. Pero hubo dos que fueron ilícitos.

  12. La roja a Sema y la de Tito fueron merecidas. Dos expulsados en un partido en el que no abundaban las entradas bruscas. La roja a Murillo, también fue justa. Es para destacar, en una partido cargado de tanto voltaje, la rigurosa mano de Juan Soto, quien supo aplicar el reglamento, aún entre tantas situaciones “extrañas”, ajenas a lo netamente futbolistico.

  13. La ocarina de Soto le cortaría la lengua a las fanaticada local. No fue posible la remontada, aunque el polvo estuvo a nada de consumarse. La “viveza” de la que habló López luego del partido de ida, se impuso al buen fútbol de Mineros, que se despide siendo, a mí gusto, el mejor equipo de la temporada. Un lástima, para ellos, que el agua no hubiese sido bendita: los errores propios en el partido de ida y la mala definición en la vuelta fueron, también, un enemigo difícil de superar.

  14. En la tribuna de prensa hubo algún altercado. La violencia no quiso perderse la final después de haber sido protagonista en más de una ocasión durante toda la temporada. La final, en general, fue extraña: uno, por el buen nivel futbolístico, algo rarísimo en nuestra liga; dos, por todas las polémicas que se sembraron en la cancha. Una final rara, al igual que el torneo al que definió. Chita sigue engrosando su currículo, nadie le quitará el título de ser uno de los mejores -sino el mejor- entrenadores de la historia de este fútbol; también es cierto, que el Zamora, ayudado con la jornada7 del torneo Clausura más todo lo que continuaría posteriormente, es uno de los campeones más extraños de los últimos años. ¿Las conclusiones? En un fútbol viciado por lo extra deportivo, dañado por sus dirigentes y alimentado por la incoherencia, se han sembrado torneos como estos, en los que lo extradeportivo desborda a los buenos jugadores y buenos técnicos, incluso a los dos mejores -equipos y plantillas- del país. El futuro es oscuro, muy oscuro.