Testigos del Boom
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Juveniles

Testigos del Boom

Luis Revilla
2015-02-05 18:23:56
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La nueva generación de futbolistas venezolanos creció en medio del Boom de la era Richard Páez

El fútbol juvenil es un tema proclive a conclusiones apresuradas y pronósticos temerarios porque, inevitablemente, habla del futuro. No admite lecturas literales y eso está de sobra demostrado, pero arroja precedentes valiosos con frecuencia. Messi y Maradona ganaron el Mundial Sub-20, después de todo.

Venezuela tiene su propio historial de revelaciones. Cuando la Vinotinto obtuvo su primera victoria oficial sobre Argentina (2011), Oswaldo Vizcarrondo, quien fue titular aquella noche en Puerto La Cruz, ya sabía lo que se sentía derrotar a la albiceleste en las categorías Sub-17 y Sub-20. El defensa del FC Nantes integraba una generación de promesas cuyas presentaciones en Arequipa 2001 y Colonia 2003 estuvieron a la altura de lo logrado por sus más célebres predecesoras: la Sub-23 del Preolímpico de Mar del Plata en 1996 y la Sub-20 del Sudamericano en Iquique 1997. La Vinotinto estuvo cerca de clasificar en ambos certámenes, gracias a lo cual apellidos como Dudamel, Rey, Urdaneta, Vera, Vallenilla, Morán, Mea Vitali, Páez, Rojas y Noriega, entre otros, se ganaron un lugar en la historia del fútbol nacional. Pero no es lo mismo pasar a la historia que cambiarla para siempre y eso fue lo que logró la camada en cuestión un lustro después, ya en la selección mayor bajo la dirección de Richard Páez.

Ocurrió, ya se sabe, entre agosto y noviembre de 2001. Venezuela ganó cuatro partidos consecutivos en las Eliminatorias rumbo a Corea-Japón y el equipo se convirtió en un fenómeno nacional. Ya no tenía opciones de clasificar al Mundial que ganaron Ronaldo y Rivaldo. Nunca tuvo, de hecho, esperanza ni ambición alguna de lograrlo, pero en esos dos mágicos meses ganó más encuentros de Eliminatorias que en los 36 años transcurridos desde que participó por primera vez en la competición.

La Vinotinto no ha parado de coleccionar inolvidables debuts desde aquello, aunque todavía no llega el más ansiado. Cuatro mundiales después del famoso Boom, su potente onda de choque se ha disipado por completo. No son pocas las variables que en pleno 2015 gritan estancamiento, desde el pobre registro de los venezolanos en la Copa Libertadores hasta el traicionero ranking FIFA, donde la tricolor de ocho estrellas ocupa el puesto número 87. La misión, debe recordarse, era clasificar a Alemania 2006. Tuvo que llegar Rusia 2018 para que el discurso oficial y popular se acercara más al está difícil. No parece obvio, pues, que el universo resultante del Big Bang Vinotinto se encuentre en expansión. El fenómeno es prácticamente imperceptible, a diferencia de los eminentes cráteres que dejó la explosión. Pero es real. Los mejores futbolistas venezolanos nacidos a mediados de los noventa lo evidencian. Como los cuerpos celestes que contienen información sobre eventos acaecidos a años luz, el emergente talento venezolano arroja claves sobre la naturaleza del proceso suscitado tras el 2001. El fútbol juvenil también habla del pasado, inevitablemente.

Las selecciones menores de países como Bélgica o Alemania, por ejemplo, también cuentan la historia de un punto de inflexión. Pero más que eso, hablan de reformas emprendidas, metodologías adoptadas, estructuras coherentes e infraestructuras potentes. En cambio, el crecimiento que revelan la Sub-17 mundialista de Rafael Dudamel en 2013 o la recientemente eliminada Sub-20 de Miguel Echenausi es menos estructural que cultural.

Antes de 2001 el fútbol ya era un producto televisivo con mucha tracción en Venezuela. Los clubes europeos más exitosos tenían legiones de fanáticos con pasaporte criollo y los mundiales eran una locura. Sin embargo, el juego no era tradición nacional sino regional en lugares como Los Andes o Bolívar; era mucho más relevante como espectáculo que como deporte. Eso cambió con la racha. La Vinotinto se ganó un sitio en el primetime de la TV venezolana y desde ahí no solo se presentó como la alternativa local para vivir un Mundial de fútbol en carne y hueso, sino que también sembró en millones de niños (y niñas) la idea de jugarlo algún día.

Algunos de aquellos testigos presenciales ya son importantes en la selección mayor, y en buena medida reflejan la cultura de juego forjada tras la coyuntura. Se trata, por supuesto, de una cultura profundamente influenciada por el medio que la propagó, devota de loshighlights y otros valores futboleros mainstream importados vía satélite y vertidos en las calles de todo el país, en los mismos pueblos que por años han parido súper estrellas del béisbol estadounidense como si nada. Con el filo que le caracterizaba, Luis Aragonés describió el proceso a la perfección en 2004: “Se quieren parecer a Brasil”.

En este sentido, sin embargo, los futbolistas del ciclo Sub-20 de Miguel Echenausi resultan incluso más sugerentes que jóvenes en ascenso como Josef Martínez o Rómulo Otero, básicamente porque nacieron después. Cuando Yanowsky Reyes controla un balón, cuando Adalberto Peñaranda emprende uno de sus slaloms, cuando Jefferson Savarino y Jhon Murillo se encuentran en la derecha, cuando Ronaldo Peña lanza un pase al espacio con tres dedos, parece evidente que experimentaron el Boom con una edad ideal para absorber la flamante ambición del entorno, y suficiente tiempo por delante para desarrollar habilidades acordes, ante una mayor competencia, en canchas exponencialmente más pobladas. Sus gestos técnicos, especialmente, son testimonios que hablan de la crecienterelación entre el país y el balón; configuran el rastro húmedo de una enorme ola.

Su eliminación prematura en el Sudamericano Sub-20, donde anotaron solo un gol en cuatro partidos, resulta igual de significativa, tanto como su abreviada preparación para el mismo: el equipo de Echenausi, quien asumió el cargo en abril del año pasado, disputó un tercio de los partidos acumulados por sus rivales antes del certamen en Uruguay. Con más talento orgánico que nunca, Venezuela lució en la misma posición de desventaja frente a sus vecinos de la Conmebol que le ha caracterizado históricamente, por cuestiones que remiten directamente a la organización del fútbol a todo nivel. Es el resumen de una era. 

 

Una implosión desaprovechada

 

 

“No se aprovechó el Boom Vinotinto. Hubo una implosión que no se ha aprovechado en toda la dimensión debida”, comentaba Richard Páez en una entrevista telefónica el pasado mes de octubre, en referencia a lo sucedido tras el Boom, del cual es uno de los principales responsables. Entonces el merideño ya expresaba su preocupación por el “inadecuado proceso precompetitivo de la selección Sub-20″; un síntoma más de la falta de un “proyecto país serio”.

“Lamentablemente, todavía Venezuela sigue siendo un país subdesarrollado en conceptos de formación, de educación. De procesos. No estamos en el nivel de las categorías mundialistas. En el fútbol venezolano todavía no hay una formación adecuada, no hay academias multiplicadas por el país trabajando de una manera, yo digo, competente”, arguyó el ex entrenador de Mineros de Guayana, quien, antes de cualquier organización compleja y coordinada, clama por una formación apta en las academias locales. “Trabajar coordinadamente ya es pensar en una dimensión mucho mayor, pero que al menos sean competentes, que estén actualizados, que se mantenga un proceso de formación evolutivo…eso no se nota. No se ve. Los jugadores se siguen formando en base a pura competencia”.

Para Páez los problemas no se limitan al fútbol infantil y amateur, desde luego: “Venezuela todavía no tiene las canchas suficientes para atender a las categorías menores, a los jóvenes valores que hay regados en todo el país, pero ni siquiera el fútbol profesional cuenta con las canchas para desarrollar un fútbol de alto nivel”. No es una cuestiónsuperficial: el estado del césped en muchos estadios de Primera División representa un condicionante de profundas implicaciones tácticas y, por extensión, económicas y culturales en el fútbol nacional. Sobre una cancha de irregular relieve es virtualmente imposible desarrollar una circulación de balón de alto ritmo y construir el juego desde la defensa; contemplarlo como una secuencia de pases desde el arco propio hasta el contrario -y deregreso. “El concepto de juego”, sostiene Páez, “de la mayoría de equipos venezolanos es el lanzamiento vertical largo hacia la zona defensiva del rival para aprovechar la segunda pelota, el rebote. Son muy pocos los equipos que tienen ese fútbol de toque, sudamericano. Y eso nos va a alejar otra vez de la competencia internacional”. Al final, el panorama no solo atenta contra la competitividad de los clubes nacionales, sino también contra el valor del fútbol venezolano como producto, contra una industria que nunca ha podido levantarse y lo tiene muy difícil en el entorno socioeconómico actual.

No sobran en Venezuela las instituciones sostenibles, capaces de llenar estadios, sentar una masa crítica de fanáticos frente al televisor, generar ingresos, pagar sueldos competitivos mensualmente e invertir en formación e infraestructura. La falta de visión es manifiesta y generalizada. Richard Páez habla de la carencia de “un proceso constante, coherente y permanente”. “Seguimos apostando a los resultados, a las hazañas históricas, y así no se puede evolucionar, crecer, de forma sistemática. Eso es lo que otros países hacen. Pueden pasar esas crisis que pasan, pero tienen respuesta en base a sus procesos internos”, explica el DT. “El salto”, comenta en referencia al 2001, “fue abismal, pero al no tener base, fue por las alturas. Se necesita el sostenimiento de una base de trabajo en los equipos, en el fútbol amateur y en el fútbol profesional”.

Ante la pregunta de si hay en el país conocimiento y capacidad para construir tal estructura, Páez sugiere la conformación de “un equipo de trabajo” que obre de forma piramidal; “que baje desde la selección nacional a todas las categorías, y después al fútbol amateur. Pero para eso se requiere un proyecto nacional y eso no existe de una manera sólida”.

 

*Publicado en www.danielchapela.com el 03/02/2015