Expectación
Rómulo Otero se ha convertido en el jugador más desequilibrante del país
El Estadio Olímpico de la UCV funge de analogía con esos teatros antiguos que se encuentran en estado deplorable. Escenarios que han pululado durante siglos en la narrativa, que son una caricia al pasado y una deshonra al presente. Pocilgas de lo que fueron.
Sin embargo, el Olímpico guarda una peculiaridad más atroz: aún no ha sido abandonado, al menos no oficialmente, aunque se repita que su engramado parezca tierra de nadie (En un guiño a una conocida zona de la Universidad Central de Venezuela). Sí, un estadio que bien podría decirse deshabitado, en estado fósil, es realmente el espacio principal en el que actualmente hacen vida tres equipos de Primera División: Deportivo La Guaira, Deportivo Petare y Caracas F.c.
El trabajo de marketing que hizo este último, mientras aún vivía el Doctor Guillermo Valentiner, le sirvió para arraigarse en la población capitalina. Eso y, claro, la grandeza con la que competía por cada título nacional y con la que llegó a aspirar, de la mano de Chita, a ganar una Copa Libertadores. Años nada lejanos en tiempo, pero sí en sensaciones. Disímiles a un presente triste, que si no fuera por su solidez como institución, lograría confundirlo con cualquier equipo de nivel medio del país.
El Olímpico ha sido ese lugar en el que el Rojo ha trazado los puntos más álgidos de su historia reciente. Permanece en la retina la imagen de José Manuel Rey marcándole el 4-0 a Cuenca, en octavos de final de la Copa Libertadores del 2009, para luego pararse frente a la cámara y mover los brazos indicando que listo, que se acabó, que la meta ya era una realidad.
Estamos hablando de un estadio que vio, a casa llena, a uno de los mejores equipos de la historia local, protagonizado por Darío Figueroa, Edgar Jiménez, La Pulga Gómez, Franklin Lucena, Rafael Castellin, Renny Vega, José Manuel Rey, entre otros. Y que también supo disfrutar, antes y después de ese gran equipo del 2009, de jugadores como Pájaro Vera, Zurdo Rojas, Lobito Guerra, Edder Pérez, Ronald Vargas, Oswaldo Vizcarrondo, Chiki Meza, Fernando Aristiguieta, Josef Martínez, Alexander González, etcétera; nombres que certifican que este teatro destartalado está acostumbrado a albergar algunos de los jugadores venezolanos más sobresalientes, quienes juegan ante el grito de una de las aficiones más numerosas del país.
Y si bien en un presente sombrío se extrañan ese tipo de figuras, se agradece la presencia de Miky, quien se erige como uno de los mejores jugadores del fútbol local, pese a estar dando los últimos pasos en una carrera satisfactoria. Pero es otro quien irrumpe con la mayor expectativa entre los –cada vez menos– asistentes al coso de la capital. Un jugador que invita a recordar desde cuándo una sola figura no se movía con tanta magia propia en ese potrero al que se mal llama cancha.
El 4 de marzo del 2013, el periodista Daniel Chapela, en la columna que en ese entonces tenía con El Nacional, definió a Rómulo Otero como “el todocampista”, definición acorde a las posibilidades del –¿extremo?, ¿mediocentro?, ¿falso nueve?, ¿enganche?, ¿volante ofensivo?, bueno:– todocampista del Caracas F.c.
La lateralidad de la que dispone Rómulo hace suponer que estamos ante un capricho de la naturaleza; bien pulido, por supuesto. Pocos jugadores en el mundo tienen un dominio del cuerpo a la altura del de Otero, y mucho de los que son considerados algunos de los mejores de la actualidad, no lo tienen. Su técnica en conducción, control, finta y regate, así como la capacidad de girar sobre su propio eje, representan la utopía técnica para cualquier jugador en formación; de hecho, la mayor duda sobre unas piernas que parecen pinceles, radica en que todos los prodigios los pinta en una de las peores ligas del continente, el tiempo dirá si en Europa –porque tiene, necesita, debe llegar a Europa– podrá hacer un tercio de las cosas que aquí hace.
El caso es que esta temporada, Otero ha sumado más conciencia defensiva, para seguir creciendo en aptitudes. Y si bien Saragó insiste en ponerlo en la banda, la creatividad no se enfrasca en la cal y encuentra el punto de ebullición cuando va al centro, atrás, adelante, y de nuevo a la banda.
Entonces, la afición afina los ojos, los hinchas del Caracas se sienten en estado pleno, los hinchas del equipo rival se tensan –temen que pase lo que probablemente pasará–, la gente deja de pedir cerveza, deja de conversar. Otero ha controlado un balón, se para erguido, se agacha un poco. ¿Es verdad lo que se ve, puede tener la pelota tan cerca del botín? Su marcador azuza los instintos; y de repente, nadie sabe cómo, Otero aparece detrás de él, corriendo, esquivando más rivales, sumando jugadas a una galería rica en contenido.
Es el hacedor de jugadas, ha sido la esperanza del insulso Caracas de Eduardo Saragó. Es el más desequilibrante del torneo local, y uno de los más talentosos de las épocas recientes del fútbol venezolano. La inclusión en un equipo con un modelo de juego mejor desarrollado, e, incluso, su posible adaptación a jugar por el medio de la cancha, donde deben jugar los jugadores de su estirpe –bien sea de enganche, interior o falso nueve–, dejará ver el verdadero potencial al que aspira su talento.
De momento, vale recordar que la RAE define expectación como: 1. “Espera, generalmente curiosa o tensa, de un acontecimiento que interesa o importa”, y 2. “Contemplación de lo que se expone o muestra al público”. Ambas definiciones sintetizan muy bien lo que se siente en el teatro abandonado de la ciudad capital, cuando el artista con más potencial del país toca una pelota y todos quieren que la función dure hasta el amanecer.
*Vídeo hecho por Víctor Grao (@VíctorGrao)