Terapia para el venezolano (I/III)
Primera parte del trabajo producto de una entrevista a Manuel Llorens, ex psicólogo de la Vinotinto y autor del libro "Terapia para el emperador"
Lo único épico, lo verdaderamente ciclópeo que está ocurriendo en Venezuela, es esa gente que atraviesa el arduo camino de seguir viva, de producir, de seguir haciendo con vistas al futuro, en medio de un paisaje zombie.
Así cierra el escritor venezolano Héctor Torres una de sus habituales notas en el portal web Prodavinci, titulada “El espíritu zombie”, en la cual hace referencia a ese ánimo pesimista que abunda en el país; una ánimo cada vez más agravado y quejoso ante una incómoda realidad que, por ejemplo, ha tocado al fútbol en problemas para viajar por avión dentro y fuera del territorio nacional, o problemas para conseguir uniformes y materiales de trabajo. Sin embargo, lo curioso es que ese paisaje zombi, del que habla Héctor, ha gobernado al fútbol venezolano por años. En Venezuela, vivir del fútbol suele ser considerado una locura; a lo sumo, en los últimos años, la palabra locura ha pasado de tener un tinte de ingenuidad para ahora tratar de explicar que eso es un privilegio que se pueden dar unos muy, pero muy pocos “suertudos”.
Por consecuencia, que Manuel Llorens, en 1995, decidiera meterse en este lío llamado fútbol venezolano es algo llamativo.
El paisaje nacional relacionado al balón está lleno de dirigentes que tienen años ocupando o rotándose los mismos cargos, con vicios más propios de capos de la mafia que de dirigentes deportivos. De entrenadores a quienes lo que les importa es resolverse la quincena, algunos de los cuales llevan años en el fútbol formativo amañando resultados que pactan entre sus colegas, o bien comprando el apoyo del árbitro con “alguito para las empanas” –en las ligas colegiales– o bien con “una botellita de whisky” –en las ligas más competitivas–; entrenadores que hace tiempo dejaron de formarse y siguen poniendo a los niños a dar vueltas a la cancha trotando durante horas. Así es este panorama: jugadores que dos noches antes de un partido son vistos con botellas de ron y periodistas ocupados de cosechar fama, encompincharse, o hacer de todo una telenovela. Un panorama que resume la tolerancia del latinoamericano hacia la corrupción y que, en medio de continuas deudas económicas de los equipos hacia los jugadores, encuentra un falso consuelo en dos escuetas frases que son dichas con cierto cinismo, como si todo lo demás no existiera: “el fútbol venezolano está creciendo” y, claro, “el objetivo es ir a un Mundial”.
Me habían llamado inesperadamente para que me acercara a las oficinas de la Federación Venezolana de Fútbol. Estaba graduándome y me entusiasmaba la posibilidad de trabajar en el deporte. Eran las oficinas viejas ubicadas en El Paraíso. En uno de los salones me recibió un hombre gordo que se presentó como Lino Alonso y a su lado estaba Ratomir Dukovic, ex entrenador de la Estrella Roja de Belgrado y entrenador para esos momentos de la Selección Nacional. Me explicaron que querían incorporar psicólogos en la preparación de la selección y querían que los ayudara con la selección sub 17. “Para comenzar no podemos ofrecerte nada de sueldo. Tendrías que trasladarte cada vez que puedas a Maracay donde estamos concentrando al equipo. Te quedarías con el equipo debajo de unas gradas del Polideportivo las Delicias, las condiciones no son muy buenas y no te podemos asegurar que luego te vayamos a poder contratar”. Luego de esta introducción me preguntaron: “¿Te interesa?”
Así cuenta Manuel Llorens –escritor y psicólogo–, en su libro Terapia para el emperador, cómo inició su andar en el fútbol. Diez años pasaría en selecciones menores, algunos más en el Caracas de Noel Chita Sanvicente, y cinco más en la Vinotinto absoluta junto a César Farías.
“Siempre me pareció que la visión que tenía Lino de lo que había que hacer era una visión inteligente. Y que cuando lo veía trabajar sentía que tenía sentido lo que estábamos haciendo. Trabajamos con muchas limitaciones de cancha, de falta de uniforme, las condiciones para tener a los futbolistas eran las mínimas, teníamos muy pocas posibilidades de hacer partidos de preparación; y, sin embargo, se trabajó con mucha ilusión”.
La entrevista a Llorens la hago en su consultorio en Caracas. Su relato es una oda al paisaje zombi; más aún en una sociedad en la cual la palabra vocación perdió fuerza para abrir paso a un preocupante: hay que dedicarse a lo que dé dinero. ¿Por qué aceptar trabajar en esas condiciones? “Estem… eh, bueno: porque me gusta el deporte. La verdad, por ejemplo, ahorita el Deportivo Petare –equipo con el que se encuentra colaborando– tiene una situación económica súper limitada, pero cuando empiezo a engancharme, y el grupo es un grupo ambicioso y con entrega, es fascinante estar ahí en el día a día competitivo, ¿no? Eso por un lado, y después porque Lino es un soñador, y Lino es un soñador de los que logran poner esos sueños a andar de manera real, ¿no? Entonces, al principio, cuando él me contaba lo que él tenía en mente, en las circunstancias en que nos encontrábamos, me entraban mis dudas en si esto era una fantasía o esto era real; pero, muy pronto, con muy pocas cosas, fuimos teniendo unos resultados que él los tenías previstos; entonces, me di cuenta que era un tipo brillante y que ahí había la posibilidad de hacer algo realmente valioso”.
Entender a Llorens es fácil: gesticula con fuerza. Sus ideas, que parecen ir más rápido que su capacidad de enlazar palabras, se transmiten con claridad. Además, y esto se agradece, es un tipo con mucho para decir y muchas historias que contar. Apremiados por el reloj y un pronto viaje que debía hacer a Maracaibo, opinaría sobre lo qué representa el fútbol, la Vinotinto, contaría anécdotas de cómo el gobierno trató (¿Trata?) de controlar a la selección, de por qué César Farías fue tan controversial, e incluso hablaría sobre la corrupción y el amaño de partidos, todo sin hacerse una autocensura, al menos, evidente. Solo habría una pregunta que se negaría a responder con los micrófonos encendidos, pero eso vendría mucho más adelante.
“No es que me ofrecieron no pagarme, es que no me pagaron durante diez años –dice con un asomo de risa irónica–. En diez años yo nunca cobré nada; o sea, cobraba viáticos cuando viajábamos, pero yo nunca tuve un sueldo con las juveniles”, ¿pensó en algún momento abandonarlas?, “Quizá, fíjate, en el 2005 yo sentía que se había cerrado un ciclo porque… porque, bueno, me había involucrado con muchos proyectos que tenían mucha demanda de trabajo. Y, el campeonato del 2005 del sub 17 fue muy duro, porque teníamos un grupo muy bueno, y fue el que jugamos en Maracaibo, y la presión de ser casa nos comió. Y perdimos los cuatro partidos de la primera vuelta. Entonces, bueno, creo que salí más apaleado de ese campeonato que de cualquier otro que he participado”.
Luego de eso se separaría de las selecciones juveniles y del Caracas. Esto se puede completar con lo que cuenta en Terapia para el emperador: A los meses de estar dedicado a un postgrado que me ha servido de mucho –en Inglaterra– recibí una llamada. (…). Era César Farías con quien compartía una larga amistad desde nuestros inicios paralelos entrenando a las selecciones juveniles nacionales de fútbol junto a Lino Alonso. Habíamos compartido las carencias y las exigencias del fútbol nacional desde jóvenes, así como la pasión y visión de Lino (…). Luego, había seguido la carrera meteórica de César con detalle. (…). Antes de irme ya me había asomado sus planes de dirigir a la Selección Nacional y la posibilidad de ayudarlo como psicólogo. La llamada era para concretar la oferta ¿quieres acompañarme en el cuerpo técnico? No dudé ni un instante, aunque estaba del otro lado del océano. Un sueño pronto cristalizaba a través de una llamada a larga distancia.
“El trabajo como escritor me ha ayudado también, sobre todo, en la selección de mayores, que ya yo entendía cuál era mi fortaleza y qué era lo que yo podía ofrecer. Fíjate, la selección de mayores tiene un reto importante que es que estás trabajando con atletas, por más que los conocíamos a casi todos desde hace muchos años, estás trabajando con atletas que han estado en lugares élite del deporte. De manera que son tipos que tú los tienes que convencer que tú tienes algo que ofrecerles. Que te saben evaluar, y te saben evaluar con los parámetros de las ligas europeas, y de donde está el fútbol más desarrollado y tiene más recursos. Entonces tú no puedes entrar allí a contarles cuentos a unos tipos que vienen entrenándose en la élite. Y, entonces… ¿a qué me refiero? Como psicólogo, para poder llegarle al grupo, yo me tenía que estar reinventando continuamente; y yo tenía que estar continuamente consiguiendo material que les resultara algo que les llamara la atención y que no solo fuese conocimiento del psicólogo, sino que estuviese empaquetado de una manera que a los tipos les pareciera interesante sentarse a escucharlo (…). Y, bueno, la tarea del escritor de alguna manera tiene que ver con eso: de cómo yo cuento algo de manera que al otro le atrape la atención, de cómo hago yo para que el otro se voltee a quedarse en un texto. ¡Entonces mucho de eso creo que me sirvió!”.
El psicólogo es uno de los que es mirado con mayor recelo dentro del vestuario. Si de por sí su figura encierra cierto misticismo y prejuicios en la sociedad, es común que el futbolista se pregunte: ¿qué hace este tipo aquí? En su libro, Llorens escribió: Los psicólogos solemos ser vistos en general con cierta ambivalencia por la sociedad. Una mezcla de curiosidad, admiración, desprecio y miedo acompaña a la mirada del extraño que indaga sobre nuestra profesión. La cultura nos ubica o entre los poseedores de verdades profundas sobre la vida o un poquito más acá de los charlatanes. Provocamos un halo de misterio (¿Qué pensará de mí? ¿Cómo entenderá esto que me pasa? Tengo un amigo que…) y de horror (¡No me mires así, no me analices! ¡Vete de aquí con tus teorías preconcebidas! ¡No hay mejor psicólogo que uno mismo!).
Entonces, ¿qué hace un psicólogo dentro de un equipo de fútbol? “Ahí hay varias cosas, ¿no? Mi énfasis siempre ha sido en la dinámica grupal, mi énfasis siempre ha sido que lo más importante es evaluar cómo está el proceso de grupo y tratar de potenciar los elementos grupales que tienen que ver con lo interpersonal, con el liderazgo, con la cohesión del grupo, con la identificación con una meta (…). En los momentos donde hay crisis grupales, por una u otra situación, el psicólogo tiene un lugar muy relevante (…)”, ¿por ejemplo?, “En el Sudamericano sub 20 de Puerto La Cruz, que clasificamos al Mundial, en el 2009, no sé si recuerdan que el penúltimo partidos estábamos ganando contra Argentina, y Argentina nos empató en el último minutos y se armó una trifulca, ¿no? Y se armó un peo, y hubo golpes, y, bueno… desastre, ¿no? En un momento lo que estaba pensando es ‘Nosotros tenemos la oportunidad todavía de clasificar, y si nosotros no logramos recoger esto vamos a botarlo por la ventana’, ¿sí? Porque… ¿qué pasó? Vienes acumulando años de expectativa, sientes que lo tienes en la mano y en el último minuto sientes que se te va, y entonces entra la locura; pero si tú dejas que entre la locura no te das cuenta que todavía te queda un partido, y que tienes que aprovechar las oportunidades hasta el final (…). Ese día, recogimos y fuimos al hotel a conversar, y después de la cena empezaron a hablar los jugadores, y lo que sucedió fue muy interesante, porque los jugadores empezaron a hablar de sus historias más personales. Teníamos jugadores allí que habían perdido a su mamá recientemente (…). De lo que terminaron hablando fue de las pérdidas que uno tiene en la vida; y, después de hablar de eso, ellos mismos se dieron cuenta, bueno, perder un partido de fútbol es poca cosa comparada con estas otras cosas que nos han pasado, así que hay que calmarse, hay que poner las cosas en perspectiva y hay que empezar a saber que lo que estamos es peleando por un partido más”. Ese grupo acabaría siendo la primera selección nacional en clasificar a un mundial FIFA.
Para resumir, ¿cuál es la rutina del psicólogo en el día a día del equipo? “Tratar de acompañar al grupo los más posible, tanto dentro como fuera de la cancha (…); asesorar al cuerpo técnico (…); hacer intervenciones, bien sea grupales, donde uno propone un tema; o, individual, donde una hace una entrevista o hace algún test psicológico”.
Suena maravilloso, pero creo que el mítico periodista argentino, Dante Penzeri, no estaría de acuerdo. En su obra de cabecera, Fútbol: dinámica de lo impensado, Panzeri escribió:
Antes, cuando los sacerdotes eran los auxiliares espirituales de los hombres, o sea los psicoanalistas de hoy, no se hablaba de recurrir a ellos para jugar mejor al fútbol… porque simplemente el hombre-jugador jugaba. Ahora que dejó de jugar, ahora que el terror religioso ha disminuido y el sacerdote ya no influye sobre los actos humanos como cuando desempeñó funciones de psicoanalistas…, ¡pues ahora el psicoanalista hace falta en el fútbol como auxiliar espiritual de la victoria de los jugadores que dejaron de jugar para dedicarse a ser “serios”! Es moderno.
No sé cómo calificar todo esto: si como una burla donde los que más se ríen son quienes la instrumentan como cosa “seria”, o si como un acto más de defraudaciones y estafas disfrazado de “tecnología moderna”.
De una cosa podemos estar seguros en cualquiera de los dos casos: que es una farsa. Una de las más descaradas farsas de la cultura.
“Es muy divertida la anécdota que él cuenta en el libro (…). Lo que sucedió es que había muchos psicoanalistas que no habían hecho un trabajo de integración y empezaron a decir cosas que chocaban con la vida del futbolista. Entonces decían barbaridades que, estem –baja la voz–, uno igual las escucha actualmente… pero eso es un trabajo que debe estar integrado (…). La ciencia se tiene que saber ubicar en la realidad”, a continuación explica que el psicólogo debe ser un observador y aprender sobre los jugadores, entrenadores y el fútbol, “El psicólogo debe aprender del entrenador para no chocar”.
¿Chocó él con el mundo del fútbol? “No, yo tuve la suerte de entrar muy joven y de no saber nada, ¿sí? Y eso fue una fortuna, sobre todo porque Lino me dijo: ‘Espérate y aprende, no te apures; vamos a descubrir juntos qué es lo que tú puedes aportar, y en el camino vamos viendo’. Entonces yo no tenía el afán de ser el que iba a transformar a esos chamos, sino que yo tenía que aprender de qué se trataba ese día a día”.
Cuenta, eso sí, que otros psicólogos no la tuvieron tan fácil; específicamente un muchacho que él estaba asesorando y lo mandó para el Deportivo Táchira. El joven, en vez de esperar y observar, se aventuró a intervenir. Hizo una reunión en la que dijo algo que no les gustó a los jugadores de más renombre y estos decidieron lanzarlo a la piscina. “Al final guapeó y estuvo dos temporadas con ellos. Pero en su momento debió ser tenso, ¿no?”
Embelesado con las palabras de Llorens me había olvidado del tiempo. No podía dejar pasar la oportunidad de conocer sus opiniones sobre diferentes temas alusivos al fútbol nacional y al lugar que ocupa el fútbol en el mundo y en la sociedad venezolana. El tiempo, por fortuna, alcanzaría para casi todo, pero esas serán anécdotas de la segunda y tercera parte de este escrito.
Están cordialmente invitados.