Chao, Mundial. Hola, FutVen
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Chao, Mundial. Hola, FutVen

Lizandro Samuel
2014-08-02 18:53:23
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Así se despidió Venezuela del Mundial

Las banderitas de los carros fueron esfumándose paulatinamente. Un día abundaban. Veinte días después, no. Las más persistentes, claro, fueron las de Alemania y Argentina. Las primeras prolongaron su presencia incluso días luego de la final de la Copa del Mundo; las segundas, en muy pocos casos, también, más por un tema de orgullo que por otra cosa.

En las calles venezolanas personas que no sabían saludar en alemán, pero que tomaban tanta o más cerveza que la consumida en el país teutón, celebraron con la franela campeona. Les quedaba rara, pues acostumbraban pronunciar los nombres de los jugadores con un acento latino e hispano, distante de la correcta pronunciación original.

En donde sí se celebró como Dios manda, o cómo mandó Götze tras marcar el gol de la victoria, fue en la Colonia Tovar, ese sitio dedicado a la venta de salchichas y cerveza, en el cual los alemanes/venezolanos sí tienen cierta pinta de alemanes.

Pero ¿quién dijo que hay que ser de un país para sentir amor por una camiseta? Marie, quien tiene en Catia las fronteras de su confort, no logra encerrar la ilusión en ese espacio en el cual se ha desenvuelto desde niña. Cambia de selección con la misma facilidad con la que los jugadores van y vienen del Real Madrid, el único y verdadero “amor de su vida”.

Nunca ha pisado España, pero cuando Casillas paseó por Venezuela, hace un par de años, se tomó una foto con los guantes del guardameta, con una ensoñación similar a si este se hubiese sentado unos minutos a conversar con ella. ¿Es culpa de Marie amar más al Madrid que al Petare, Caracas, Atlético Venezuela o La Guaira? No, es culpa de los canales locales que cuando ella era una niña preferían transmitir las ruletas de Zidane que los goles de Stalin Rivas.

Marie, al menos, se ha comprometido activamente a apoyar al fútbol venezolano. Siguió por TV la presentación de Chita como nuevo entrenador mientras en la computadora ojeaba a Toni Kroos aplaudiendo en el Bernabéu. Es algo. Miguel, su primo, actúa de forma diferente: “La Vinotinto a mí no me genera nada”, dice a la vez que hace un puchero en el Metro cuando ve a un señor vestido con una franela negra que dice en letras blancas “Madrid”.

Pero no se engañen, hinchas radicales también abundan en Venezuela. Pinki –el apodo le viene debido al parecido que guarda con el personaje animado– disfrutó del Mundial con el exquisito paladar que le da el tener 20 años jugando fútbol. El sueño por jugar al alto nivel se mantiene vivo; así sea en fútbol sala, “Estuve a punto de fichar por el Táchira, pero prefirieron a un carajito para irlo puliendo”. Hoy tiene 25 años. Alguna vez llegó a entrenar con el primer equipo del Aragua y pese a vivir en Los Teques jamás tocó las puertas del consentido de la zona, el Caracas F.c. “Prefiero que sea traficante antes de que juegue con esos malditos”, responde sobre la posibilidad de que su sobrino de ocho años, portero igual que él, juegue en el Rojo.

Pinki es de esos que llama “pastelero” a personas como Marie y Miguel. Tiene un argumento sólido: del lado izquierdo de su pecho está tatuado el escudo aurinegro. En los abdominales se le puede leer con relieve la palabra “Táchira”. No es poca cosa tal declaración de amor.

Una de las dudas que asaltó las redes sociales, polémicas y absurdas como solo ellas pueden serlo, fue de dónde salieron tantos colombianos. Con cada gol de James en Facebook aparecieron fotos de conocidos usando y besando el escudo de la camiseta cafetera. En San Cristóbal, por la cercanía, se celebraron las victorias de la selección dirigida por Pekerman. Esto funge de aliciente para los chalequeadores hinchas del Caracas que repiten que “Táchira no es Venezuela”, como relegándola a territorio colombiano. Para los tachirenses, tales insultos suelen despertar un ánimo de revancha verbal, y acostumbran llenar la grada norte del Estado Olímpico de la UCV, situación que nunca paran de presumir.

Y mientras los hinchas de ambos equipos buscaban en el calendario cuándo les tocará enfrentarse, en los diversos Centro Ítalo del país un aroma a gallardía rancia rebotaba con fuerza en las fosas nasales de los italianos de nacimientos y de los descendientes de italianos, que suelen reunirse en esos lugares para apoyar a la Azzurra. No es cosa de llorar, es cosa de preparase para la siguiente Eurocopa.

Por otro lado, esta vez no hubo caravana en Barcelona. La mala actuación de España degolló la esperanza de muchos. El calor, ardiente como en el infierno, les presentó al Diablo a todos los barceloneses que llevaban la camiseta española. Claro, se hace referencia a Barcelona, estado Anzoátegui, no a capital de Cataluña, la cual no tiene nada que ver con esta crónica.

En fin, en ese extraño carrusel de emociones hubo hasta cierto consenso popular a favor de Costa Rica. El latinoamericano se identifica con las víctimas, con el chico, y por eso sale de su escondite, en una muestra de falsa valentía, cada vez que uno al que daban por muerto demuestra que puede enfrentarse al que sea. No en vano el único superhéroe de este lado del continente es, como explica Manuel Llorens en Terapia para el Emperador, el Chapulín Colorado.

Brasil 2014 se acabó. Distrajo por momentos a la mayoría de los venezolanos. Los hizo olvidar, al menos por un mes, que las bombas lacrimógenas impidieron que en la Plaza Brión de Chacaíto se colocara la habitual pantalla gigante. Dicen que al venezolano lo que le gusta es el pan y el circo, siendo difícil rebatir tal cuestión mientras al Mundial se enganchaban personas que ven fútbol cada cuatro años y opinan con la “certeza” de sentirse expertos en la materia, así como habitualmente opinan de política, medicina y cine, por ejemplo. Al venezolano le gusta creer que sabe todo como consuelo a no saber nada.

Y así los días para el arranque del FutVen se han ido escurriendo. Chita fue presentado en el Meliá como nuevo seleccionador Vinotinto, ante un armamento de periodistas que encandilaron la sala de flashes. Alemania se coronó campeona del mundo y en los pies de los jugadores que bailaban (“O intentaban bailar”, diría una venezolana) tras la final se movían años de trabajo y planificación. En el fútbol venezolano eso no existe. Por eso Chita resultó una alegría, modelos de juego de lado, su obsesión con el fútbol base y sus ganas de trabajar representan eso que tanto necesita el país hoy por hoy: menos queja y más “trabajo, trabajo y más trabajo”, como suele decir el DT. La verdad, sería raro que en una liga tan desorganizada y con una Federación tan incoherente alguien se enganchara en este proyecto cojo llamado fútbol venezolano. Sería raro, pero más raro aun es que en Estados Unidos, ante los ojos de una venezolana exiliada por la inseguridad y la crisis económica, un niño con más aspecto de gringo que el Uncle Sam (Tío Sam), dominaba una pelota mientras decía “I’m Salomón Rondón”. “What?”, fue lo primero que pensó la chica. El niño, hijo de una venezolana y de un estadounidense, no habla nada de español y mucho menos ha pisado Venezuela, pero le va a la Vinotinto “Because this is my team”. La vida, el amor y el fútbol son incomprensibles.