Sobre el uso de la expresión "pastelero"
Con el Mundial, en Venezuela se vuelvea popularizar el término "pastelero"
“El orgullo más barato es el orgullo nacional, que delata en quien lo siente la ausencia de cualidades individuales” Gothe
“El nacionalismo es una enfermedad infantil. Es el sarampión de la humanidad” Einstein
Algunos afirman que el término tiene que ver con la persona que confecciona pasteles (Tortas, en Venezuela) la cual se mancha del color del pastel que esté elaborando. Esta teoría vendría a establecer un símil entre el venezolanismo “camaleón” y el término susodicho. Otros arguyen que, en el fútbol, se adoptó tal expresión debido a los colores que usaban las selecciones latinoamericanas en los 70 y 80, siendo la mayoría de color pastel.
Ambas son dos de las versiones más repetidas; sea cual sea el caso, algo está claro: tal palabra tiene su génesis lejos de Venezuela. Es paradójico entonces que la misma se use para señalar a quienes parecen “violentar la identidad nacional” apoyando a equipos o selecciones extranjeras. Es como insultar a alguien con groserías por decir groserías.
El Mundial
Lamentablemente, la Vinotinto no ha clasificado a ningún Mundial de mayores; aunque ya han habido algunos logros importantes en sub 20 y sub 17, así como en categorías femeninas. Algunos lo asumen con ilusión, otros con pesimismo. Sea cual sea la postura hay algo resaltante: el fútbol de élite no pasa con indiferencia entre los venezolanos.
En todo evento futbolero internacional parece ser común ver a venezolanos disfrutando del mismo; de hecho, en Sudáfrica 2010, según Alexis Martín Tamayo (Mister Chip), Venezuela fue el país que sin estar participando en el Mundial tuvo mayor representación en los estadios gracias a las banderas patrias. Es irónico, porque en las calles venezolanas históricamente ha sido normal ver banderas y caravanas italianas, españolas, portuguesas, alemanas, brasileñas y argentinas –principalmente– apoyando a dichos combinados en sus respectivos torneos; bien sea en Mundiales o, incluso peor, Eurocopas; este último evento sin relevancia deportiva en América, y quizá seguido con mayor indiferencia social en el resto del continente.
Odiar lo propio, amar lo ajeno
Es una postura muy propia del venezolano, una parte cultural importante. La misma, por otro lado, ha disminuido en los últimos años; pero allí sigue, inherente también a esa visión pesimista del latinoamericano.
La Vinotinto de Richard Páez dio un salto en cuanto a vencer tal actitud. La película La Vinotinto detalla como en un partido de la selección nacional frente a Brasil en el Pachencho Romero de Maracaibo, la afición local se volcó a apoyar al conjunto visitante. Gritos aupando a la Canarinha herían el ánimo de los jugadores venezolanos quienes pretendían hacer valer el fútbol en su país. Manejaban con el freno pisado y las declaraciones de Héctor “El Turbo” González después del cotejo lo demuestran: “No entiendo que tengamos que jugar de visitantes en nuestro propio país”, dijo cabizbajo.
Sin embargo, las camisetas brasileñas cada vez fueron perdiendo espacio en el mercado, mientras las locales se convertían, con el paso de los años, en las favoritas. Esto pareció peligrar en el amistoso Venezuela-España del 2011, previo a la Copa América. El día del partido, la mayoría parecía apoyar a la Vinotinto, y el país se puso en stop fijando la atención en el amistoso jugado en Puerto La Cruz.
La postura de “apoyar a la selección” fue tenida como hipócrita, pues se evidenció que la misma tenía más relación con que jugaran los campeones del mundo, que con ir a apoyar a los dirigidos por Cesar Farías. Fue agrio para los perennes dolientes del fútbol local sentir como para muchos parecía que el fútbol venezolano existiera solo durante lo concerniente a un amistoso con más importancia de marketing que deportiva.
Fútbol de colonias
Más allá de que el venezolano promedio suela desprestigiar algo solo por ser venezolano y preferir lo extranjero solo por ser extranjero, hay que entender que eso de apoyar a otras selecciones es lógico si se tiene en cuenta que el fútbol criollo nació gracias al aporte cultural de colonias europeas.
Los primeros equipos, jugadores e hinchas locales estaban relacionados con países ajenos; de hecho, el fútbol era practicado en su mayoría por colegios con idiosincrasia europea; de ahí que, por ejemplo, en Caracas, las escuelas formativas de mayor tradición sean los colegios elitistas españoles, italianos y portugueses.
Además, el fútbol local era un medio de trabajo para jugadores extranjeros. Luis Mendoza, quien jugara en los 60 y 70, fue una perla nacional destacada en un torneo lleno de brasileños, uruguayos y argentinos. En esas mismas décadas se empezaba a fortalecer la identidad futbolística de otros países, o bien ya la misma estaba muy arraigada; caso de Uruguay, Brasil, Argentina, España, Italia y Alemania. La denominada falta de identidad futbolística venezolana –confundida con falta de cultura– es entendible (¿Justificable?) viendo hacia el pasado.
Producto, deseos e hipocresía
El fútbol venezolano no se ha vendido bien, lo que naturalmente repercute en la selección.
El periodista Daniel Chapela en algún momento hizo una nota en la cual hablaba de los dos hijos de la FVF: el fútbol local y la selección; el primero, marginado y descuidado; el segundo, consentido. Sin embargo, por mucho que la Vinotinto se haya convertido en el único símbolo absolutamente nacional en una época en la que la sociedad venezolana vive resquebrajada, el apoyo hacia la misma pudiera ser más fuerte si se aumenta la identidad futbolística nacional. ¿Cómo? Mejorando el torneo local.
Las competiciones domesticas están vigentes prácticamente todo el año, los partidos internacionales no. ¿Qué sucede?, que cuando juega la selección, la masificación de apoyo viene de personas ajenas a la cotidianidad de la liga: seguidores del fútbol extranjero o de quienes se interesan por el balón solo en partidos internacionales. La FVF no ha sabido construir un buen producto que venderle al público: la liga es de muy bajo nivel, brilla por su desorganización y se empaña por decisiones erróneas de los directivos. Esto lleva a muchos a apreciar torneos extranjeros y si durante todo el año siguen a clubes europeos ¿cómo evitar que simpaticen con las selecciones en donde juegan aquellos a quienes han pasado una temporada idolatrando?
Por otro lado, es cierto que quizá ningún país comercia tantas camisetas extranjeras al momento de apoyar a una selección. De hecho, como alguna vez dijo Miku Fedor, “En el extranjero, más bien a veces se quiere que le vaya mal al venezolano”, y con tantos años jugando afuera tal opinión en algo debe de estar sustentada.
Desde el otro extremo (Recordando que todo exceso es dañino) aparecen quienes hacen uso desmedido de la palabra pastelero. ¿Cuántas de esas personas han preferido Azul y no tan rosa, La Casa del fin de los tiempo, o Hermano por encima de The Avenger, The Dark Knight o The Matrix. ¿Cuántas de esas personas prefieren un libro de Fedosy Santaella a uno de Dan Brown? O ¿cuántas disfrutaron a Simón Díaz con más admiración que hacia Michael Jackson? La hipocresía se viste de muchas formas.
Tribalismo, nacionalismo e idiotismo
El tribalismo es una de las caras más primitivas de la humanidad. Es de ahí, de ese afán por involucionar, del que curiosamente nace parte del encanto del fútbol: la necesidad de pertenecer a algo.
La realidad es que la mayoría le tiene miedo a la libertad; y es que, parafraseando a Fernando Savater, es tal el miedo de las personas a hacer lo que creen que serían capaces de hacer, que prefieren pertenecer a colectivos que les señalen cómo actuar, lo correcto y lo incorrecto.
El hincha de fútbol es así: un individuo perdido quien cree encontrar la brújula al ponerse una camiseta. Pero si el tribalismo es peligroso es peor cuando se mezcla con el nacionalismo, esa “extraña creencia –como dijo George Bernad Shaw– de que un país es mejor que el otro por virtud del hecho de que naciste ahí”. Entonces, se confunde jugar o apoyar a la selección de un país, con un sentido abstracto de pertenecer a tal nación.
Por poner un ejemplo reciente, ni Fernando Amorebieta ni los hermanos Feltscher son venezolanos; pero han rendido con la Vinotinto y a pocos les ha importado si les gusta la arepa o no. Igualmente, en el extranjero, Deco jugó toda su carrera con la selección de Portugal, pero retornaba a Brasil con frecuencia. En el fútbol no está en juego la soberanía nacional, la patria, el Estado o cualquier cosa parecida. Cuando Maradona le marcó aquellos dos goles a Inglaterra en el Mundial del 86, no se decidió la guerra de las Malvinas, se jugaba un simple partido de fútbol, y el fútbol, al final, es solo eso: fútbol.
Quien quiera “trabajar por el país” (Objetivo abstracto, después de todo ¿qué es un país?) o ser mejor ciudadano (Una postura más loable que atiende al bienestar social) en vez de preocuparse por un partido de fútbol debería ocuparse de limpiar las calles, pagar impuestos, y respetar las leyes; algo, si se quiere, que pareciera ir en contra de la idiosincrasia venezolana. De todos modos cabe la pregunta ¿si un argentino, con maneras y acento argentino, siembra un árbol en Puerto La Cruz y un venezolano se limita gritar “Vinotinto somos todos”, quién está contribuyendo más al espacio geográfico que delimita a Venezuela?
El globo terráqueo no tiene fronteras. En un partido de fútbol no se defiende a un Estado. Cada persona es, principalmente, ciudadana del mundo y apoyar a uno u otro equipo no la hace mejor ni peor, como tampoco haber nacido en uno u otro lado. Y creer lo anterior es caer en idiotismo.
¿Conclusión?
Cada quien es libre de construir una opinión al respecto. En la vida las verdades absolutas no existen. Pero algo parece cierto: cada quien cosecha lo que siembra, y con el desprecio de tildar de “pastelero” a alguien no se convencerá a esa persona de apoyar al fútbol venezolano. El odio trae más odio. La muerte más muerte. Y los gritos más gritos. Convencer, en vez de imponer: como hiciera Nelson Mandela mediante la selección de rugby sudafricana. Este concepto haría falta internalizarlo en una sociedad venezolana que atraviesa una profunda crisis. Además, convendría desconfiar de todo quien actúe en nombre de Venezuela o de amar a su país: en el nombre de Dios, del amor y la pureza se han cometido algunas de las atrocidades más grandes de la historia.
El fútbol, como medio de expresión social, debería ser usado para unificar y no para dividir. Y para quienes se desvivan por el supuesto “pastelerismo” que hay en Venezuela por parte de algunos que se desviven apoyando a selecciones extranjeras en el Mundial, es importante resaltar que deberían atender el problema más importante que los embiste: desvivirse por un partido de fútbol, en vez de usar al fútbol para mejorar la vida.