Los próceres
Juan Arango es quizá el futbolista venezolano más representativo de la historia
Un abdomen como un Savoy de leche. Sonrisa atrapa novias en un rostro de revista. Cuerpo musculado, siempre vestido a la moda. Un crack del marketing, dueño de la prensa rosa, envidia de las revistas de economía. “Me pitan por ser guapo y rico”, decía Cristiano Ronaldo, en el 2011, tras salir empapado de insultos en algún terreno de juego. Rutina. Más allá de eso, queda claro que es un gran jugador: producto con valor añadido. Su imagen es ese “extra”. Por ejemplo: si falla una jugada, una pose para la cámara. Ese es el crack 3.0 del marketing actual.
“Le pego mejor a los tiros libres que Cristiano Ronaldo”.
Suena a soberbia. Esa frase retumbó en los medios nacionales un año después de las palabras de Cristiano. Las pronunció, en el 2012, el taciturno Juan Arango. Sí, taciturno, así lo calificaron en el pasado, más aún cuando los vientos de nombre Cesar Farías arribaron a costa venezolana para guiar el barco de la selección, trayendo como novedad el peso de un brazalete de capitán que firmaba carta matrimonial el oriundo de Maracay, con Juan Fernando Arango.
La edad, la experiencia, el cambio de país (De España a Alemania), la cinta de capitán y el simple hecho del paso del tiempo, le hicieron cambiar el cabello. Adiós a las hebras largas de un volante zurdo habilidoso, y hola al corte modesto de un enganche genial; de un callado tartamudo, a un dador de órdenes. Sin embargo, porque la genética es así y hay cosas que parecen no discutirse, si algo ha seguido igual, o quizás mejor, es la finura, potencia y calidad que se retrata en su pierna izquierda.
Se cotizó en España, fue el primer jugador venezolano en conquistar el continente de los conquistadores. Sus hazañas fueron reproducidas por los medios venezolanos. “El huracán del Caribe”, le decían mientras exageraban los rumores de una posible salida del Mallorca. Durante mucho tiempo, según la prensa nacional, Arango fue pretendido hasta por la selección de Marte.
Se iría al Borussia Mönchengladbach, donde evolucionaría hasta la versión actual. En España dejaba un cúmulo de buenos recuerdos. Y otros no tanto, como el codazo de Javi Navarro que concluyó en la fotografía de Arango inconsciente con el rostro cubierto de sangre. Se levantó de eso, aunque por varias jornadas tuvo que jugar con una mascarilla, como también se levantaría años luego de esas injustas críticas de ciertos aficionados quienes los acusaron entre el 2008 y principios del 2011 de “no sentir la camiseta Vinotinto”, o de estar desmotivado cuando de jugar con la selección se trataba.
Algunos pretendían hacer pensar que Arango jugaba con Venezuela solo por compromiso. Blasfemias. Después de todo, esas 12 horas de vuelo cada vez que le ha tocado jugar con la selección son un sacrificio solo entendible desde el deseo de competir con su país.
Y es con el combinado nacional, precisamente, con el que ha marcado algunos de sus goles más memorables. Me quiero quedar con uno:
Corría el minuto 24 del partido, durante aquel lluvioso 16 de octubre de 2012. La última victoria frente a Paraguay tenía a la gente nuevamente enchufada en la Eliminatoria rumbo a Brasil 2014. El volver a ver mareas vinotinto en las calles era un canto de alegría en honor a la unión que tanto había escaseado días antes, durante las elecciones presidenciales.
En la Capital llovía desde temprano y la hora del partido era un suplicio para los horarios de trabajo de las urbes venezolanas. 5:30 pm pitazo inicial. Colas y mucha agua. Pese a esto, los puntos de encuentro con pantallas gigantes recibían a unos cuantos fieles.
Serían alrededor de las 5:54 pm. En la Plaza Alfredo Sadel se sintieron un par de segundos de silencio. Había incredulidad. Las personas se veían a la cara y no fue sino hasta el grito de gol del narrador cuando todos cayeron en cuenta de que el gol de PlayStation se había consumado. Nadie sabía cómo, pero era gol de Juan Arango.
Desde la banda izquierda, enfilando en diagonal a la portería contraria, activó el control remoto de su zurda y tras el beso del botín a la pelota le dejó plasmado un chip, que serviría de guía para enviar la esférica al ángulo superior derecho del arco.
“Arango es un fenómeno”, decía, minutos más tarde, Reinaldo Rueda, técnico de Ecuador, mientras en la sala de prensa rememoraban los numerosos disparos que sobaron el poste o le dejaron grandes fotos, para el recuerdo, al arquero visitante.
La Plaza Alfredo Sadel se vaciaría rápidamente tras los tres pitazos, pues la lluvia seguía menguando ánimos y el empate a uno dejaba aromas a indiferencia, como un polvo a punto de lograrse pero al final nunca consumado. Entonces, una llamada a un importante arquitecto del país llevaba implícita la orden de instalar en Los Próceres una nueva estatua que hiciese homenaje a alguien que si bien no había peleado en la Guerra de Independencia, y cuya figura estaba muy lejos de representar tonos bélicos, su sola presencia, traducida en grandes acciones, llevaba a unir a un país, sin requerir de amplios discursos o de degollar el cielo el balas. Pero la estatua no podía ser del cuerpo entero, ¿para qué?, solo de su pierna izquierda, esa que por sí sola bien ha sabido representar, en varias ocasiones, el sueño de toda una nación.
¿Quién dijo que hay que ser guapo y rico para ser un crack?
Epilogo (Actualización con el retiro de la selección de Juan Fernando Arango. Nueve de septiembre de 2015)
El legado de Juan Arango es superior a su zurda. Le abrió las puertas de Europa a sus coterráneos y demostró que un crack sí valora la disciplina. El pasaporte criollo fue visto de otra manera en las principales ligas del mundo gracias a los efectos del Huracán del Caribe. La tormenta no amainó nunca: su habilidad en los tiros libres aún tiene temblando los arcos que enfrentó. Su carácter, eso sí, fue el antónimo del apodo: el silencio absoluto. Nunca se sabía si nuestro Juan guardaba algún parentesco con su tocayo del cuento El diente roto. El mutismo podría ser tanto genialidad como ausencia de vida interna. Las pruebas demuestran que era lo primero: en la cancha se adaptó a cada circunstancia con la convicción de supervivencia del Náufrago. Literalmente, el mejor amigo de nuestro Tom Hanks criollo fue un balón: no de voleibol, sino de fútbol. No sé si le puso nombre. Esas cosas no parecerían de nuestro Juan. Son más típicas de los románticos, como Quique Wolf, que llama al balón La Caprichosa. Y es que en honor a ese apodo, el futbolista venezolano que mejor se alió con ella se retiró en un escenario no digno de su magnitud. Juan no llevó crestas, no usó zarcillos ni posó en ropa interior. Ni siquiera se ahogó en opulencias, lo que hubiese representado el clímax del sueño venezolano. Se movió de forma tan campechana como la del latinoamericano de pueblo. Ese que juega dominó y anda con la camisa abierta por las calles. En Colombia nos entenderían: la literatura de aquel país adquirió otra dimensión con Gabriel García Márquez. Los colombianos, sin embargo, no creyeron ni el Nobel de Literatura para rendirle pleitesías a quien salió del pueblo: para ellos siempre será Gabo. Arango fue un escritor del fútbol: sus palabras, en jugadas, construyeron sueños en una nación necesitada de alegrías. Y nunca importó donde estuviera, cómo le fuera o que tanto ganara, para nosotros siempre fue y será solamente Juan.