Oleaje Vinotinto
“Señores, quiero que cesen los rumores; yo no voy a dirigir a la selección”, esas supuestamente fueron las palabras del Chita en una reunión con todos los entrenadores del Caracas F.c allá en el 2007; cuando desde la cola hasta la nariz del Cocodrilos Sports Park circulaba la certeza de que Noel Chita Sanvicente, en ese entonces D.t del Caracas, sería el nuevo seleccionador nacional.
Rafael Esquivel, con la sapiencia de quien sabe manipular su entorno, le habría hecho una propuesta para el cargo ofreciéndole menos de la mitad de lo que ingresaba en el Caracas, y notablemente menos de lo que le ofrecería, días luego, a Cesar Farías.
Chita no es un técnico fácil, sobre todo por su tozudez en cuanto a los famosos proyectos. Pero si Chita no agradó a Esquivel por tales cuestiones, mucho menos encontrarían puntos en común el presidente de la FVF y algún técnico de renombre extranjero como Marcelo Bielsa, quien no vendrá a dirigir a este país no sólo por ser un técnico caro, sino porque, como explicó Ignacio Benedetti en alguna de sus notas, Bielsa ni se tomaría una café con nuestros dirigentes.
Mientras tales cavilaciones rondaban por la prensa local, Farías, al entrar a Pueblo Nuevo, aún no cicatrizaba las heridas provocadas por Sherly, quien en su programa de televisión logró incomodarlo –cosa nada complicada, cabe decir– en reiteradas ocasiones. Toda esa marejada debía tranquilizarse al menos por 90 minutos, pues hilos de fe unían a todos el país en la esperanza de, si no clasificar, al menos despedirse con un papel digno y haciendo los deberes al encajarle, mínimo, un 2-0 a Paraguay.
Pero la esperanza, que en este país se acaba más rápido que la harina de maíz, iniciaría su curva decreciente tras el 0-1. La grada, presumiendo su poder, empezaría a entonar cánticos en contra de un visiblemente contrariado Cesar Farías.
Y sí bien los insultos turbaron el oleaje con mayor intensidad luego del cambio de Alexander por Seijas, el zapatazo encajado por este último en la red defendida por Justo Villar desató un grito de gol en Venezuela tan profundo como si el mismo valiese el puesto al repechaje. En este país la bronca se drena en el deporte.
Justo Villar, quien ya mucho había embravecido las aguas locales, no volvería ser batido y quizá tampoco le mostraría su dedo medio a los hinchas ubicados detrás de su arco, como hiciera durante las semifinales de la Copa América Argentina 2011, en respuesta a los insultos venezolanos. Eso sí, tal como esa noche, obraría de justo al impedir más goles vinotintos, pues en sus manos se concentraba todo el poder de las deficiencias de nuestra liga, bendiciendo su arco bajo el mantra silente: “Hasta que no crezcan de verdad, no irán a un Mundial”.
El árbitro se encargó de hundir en silencio al estadio, no con un gol, sino al sentenciar el final del partido y el consecuente empate. Las cámaras buscaban a Juan Arango, emblema de la selección, ídolo nacional y el único sobreviviente de aquella primogénita generación comandada por Richard Páez, la cual nos hizo creer. Su “Tendré tiempo para pensar”, parecía ocultar la decisión ya tomada de una figura la cual busca el merecido sosiego. Los jugadores se despiden entre aplausos; son reconocidos por los aficionados quienes descargaran todo su odio hacia la arrogante figura de Cesar Farías quien, como si llegase a su juicio, durante la conferencia de prensa se aferró a su abogado: un papel con todas las estadísticas de la selección. Con una melancolía, confundida con calma, respondió a cada pregunta, no sin torcer el rostro ante el interrogatorio de ciertos periodistas, como al de Daniel Prat, de El Nacional. Cesar sabe quien le tira, y Esquivel también, quizá por eso la libertad de expresión ha tratado de abolirse a lo largo de este proceso, dando prioridad a ciertos medios y atacando a los que discrepen de sus ideas.
Así está todo, un oleaje embravecido con voces de fondo clamando por la cabeza de Farías. Cada venezolano hoy, desde la hipérbole de su discurso, juega a ser director técnico. La FVF luce por su silencio mientras se dedica a repudiar cualquier manifestación en su contra –pancartas en los estadios, protestas públicas y críticas de medios– dándole más importancia a eso que a las cuantiosas deudas de equipos hacia jugadores. En fin, un oleaje muy turbio y muchos días a favor, como para apresurarse a tomar decisiones. Se debe pensar, reflexionar. El camino puede ser favorable, pero todos los miembros de este fútbol, desde los hinchas hasta los dirigentes, debemos de encontrar en la introspección las respuestas más acertadas. Cuando las olas se calmen será tiempo pare decidir.