Vinotinto hasta el final
Vinotinto hasta el final
Vinotinto

Vinotinto hasta el final

Lizandro Samuel
2013-09-16 12:09:32
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Los goles uruguayos a Colombia dolieron más al hincha venezolano que todos cuantos le han marcado directamente los charrúas a Venezuela. Era 10 de septiembre, y el peso de la culpa recaía sobre el color vinotinto; total, fueron ellos quienes meses atrás revivieron a un Uruguay herido de muerte.

El estadio de Puerto La Cruz se merecía una crucifixión mayor a la que le aplicaron a Cachamay cuando, meses atrás, fue testigo de la resurrección de Lázaro, perdón, de Uruguay; pues aquel día el estadio enmudeció gracias a un zurdazo de Cavani; para la ocasión ni siquiera se colmaron los asientos de un recinto con olor a desesperanza: el venezolano es así, no conforme con aupar sólo en la victoria, su falta de aplomo en la adversidad lo desnuda en su cobardía.

Pero quienes seguían y seguirán aleccionando al país son los jugadores: comprometidos hasta el final, aún sin contar con antídotos para los males colectivos, saltaron a la cancha galanteando sus tacos recién pulidos con fe. Yohandry Orozco iba a la cabeza, un negrito jugador de barrio quien a punta de talento y confianza llegó a conocer las bancas – no las canchas– del viejo continente. Cuando Yohandry regresó a Venezuela, al menos al verlo correr, se le adivinaba las mismas ganas, o incluso más, las cuales tenía antes de subirse al avión rumbo al Wolfburgo.

Yohandry es así: ingenuo u optimista; arrogante o consciente de sus capacidades. Da igual. El asunto es que siempre cree en las posibilidades de lograr el objetivo, y con su impasible dinámica contagió al resto de sus compañeros. Once corazones vinotinto latiendo al ritmo de la fe, bajo el grito fiel no sólo de unos pocos hinchas quienes se negaron a desperdiciar su boleto, sino también al de las matemáticas.

Perú fue casi un actor de reparto. En frente, todos bailaron al mismo son, con un sabor más propio al de su tierra que al que tanto ha querido imponer el profesor Cesar Farías, quien para no desvariar en sus formas se dedicó, en la conferencia de prensa postpartido, a hablar de todo menos de fútbol.

Con la fe de Yohandry y el pundonor de Salo, aunados luego a las ganas de Otero, los dos goles peruanos si acaso lograron causar más escozor que miedo. La celebración de los tres goles –el grito de Salo, la sonrisa de Maestrico y la felicidad desbordante de Otero– hicieron parecer que el Mundial estaba cerca. Mentira. ¿Pero cómo objetar tanta alegría en quienes han dejado pedazos de su piel en cada estadio en el cual han jugado usando la camiseta del color más insigne de los venezolanos?, un color extraño, cuya propiedad más representativa es la de tender puentes de unión en una sociedad resquebrajada. Con o sin cupo al Mundial, el mayor éxito de este equipo es servir de ejemplo para todo el país.