Lucena, la navaja suiza
Ha sido dirigido tanto por Farías como por Sanvicente, a nivel de clubes (Deportivo Táchira y Caracas FC) y en la Vinotinto.
Por Diego Sancho (@SanchoDiegoo)
La planicie del llano venezolano parece tierra apacible, pero encierra historias de épocas pasadas que crean identidad nacional. Dicho feudo fue escenario de grandes gestas para capitular la independencia de nuestro país. Allí, el general José Antonio Páez emprendió cruzadas contra los realistas, para complementar el esfuerzo del Libertador en orden de consumar la emancipación. La clave fue aliarse con gente como Bolívar, Sucre y Mariño para cumplir la misión visionaria.
Páez también es un apellido tatuado en la piel de nuestro fútbol. Richard era miembro del Portuguesa FC que reinó durante el fútbol de colonias, aquel período en el que el deportista venezolano era un extraño en su gremio. En esa entidad luchó por un puesto en el once titular. Tuvo que lesionarse un extranjero para que el futuro estratega nacional viera minutos por Copa Libertadores. La noche de su debut marcó un gol en el estadio Defensores del Chaco de Paraguay, gritando “¡Venezuela, carajo!" en su celebración. Era el clamor ahogado de un sentido de pertenencia que más tarde se encargaría de masificar.
El equipo de Páez hacía sede en la ciudad de Acarigua, donde nació Franklin Lucena. Como su perfil suele indicar, es el que menos brilla cuando a un equipo le sale todo bien. Ubicándose como volante de primera línea, es el hombre que da el primer pase una vez descontinuado el juego contrario. Tiene más avidez en la captación del destino del rebote que en la consecución de las intercepciones, recurso que fue puliendo con el tiempo. Pero no es solo un volante de contención.
Los vientos de cambio en el fútbol nacional auguraban mejores cosas cuando llegó al profesionalismo. Desde Portuguesa, el club de su sangre, fue avistado en el 2003 por un hombre clave en el despegue de su carrera: César Farías, entonces técnico del Deportivo Táchira. Quien a la postre sería su jefe en la selección nacional supo dosificar sus cualidades en pro del colectivo aurinegro.
Nunca vertebral en la gestión de Farías, no pudo subir al escalafón jerárquico de los imprescindibles, incluso cuando lo dirigió en la selección. En el Carrusel, tal y como sucedería luego en la Vinotinto, la presencia del portugueseño estaba condicionada siempre por la disposición táctica elegida para cada ocasión. Para ese entonces aún estaba en etapa embrionaria (22 años) y sus equivalentes funcionales eran más cualificados.
El año 2004, hermoso para el fútbol nacional, también marcó el rumbo de la vida futbolística de Paky: fue su debut por Copa Libertadores, torneo históricamente hostil para los clubes venezolanos. Impactantes resultados ante River Plate y Libertad de Paraguay iban inyectando confianza en su nuevo equipo. Su familia se acostumbró a escuchar el Himno a la Alegría antes de verlo por televisión.
Tras un sufrido empate en La Asunción, la plantilla volvía al país en un vuelo comercial. En el asiento de atrás, Lucena escuchaba a Leonel Vielma y Alexander “Pequeño” Rondón, compañeros en ese equipo y titulares en la selección, comentar emocionados por su convocatoria a la fecha FIFA. “Vamos a ir a Montevideo en un chárter”, llegó a escuchar. El joven jugador suspiró ilusionado, pensando en llegar a dichas instancias en su trayectoria. Estaba tan abstraído que no se dio cuenta de que César Farías lo veía con una mirada inquisidora desde el asiento de al lado. Aquel fue el primer vuelo no comercial de los vinotintos, ganando el partido ante Uruguay por un inolvidable 0-3.
El país celebró eufórico el Centenariazo, pero los de Farías aún estaban sumidos en la Libertadores. El éxito de la selección cayó como un cortocircuito en sus elementos, sobre todo en los que pertenecían al Táchira. Dos meses más tarde hicieron historia llegando hasta cuartos de final de aquella edición. Los intérpretes de la hazaña (porque llegar hasta esas lides no puede llamarse de otra forma siendo venezolano) vivían un momento álgido en sus vidas. Incluso para Paky, que en los grandes partidos hizo más de observador, significó bastante.
Pasó el tiempo y Lucena cambió su rumbo de forma impopular, fichó por el acérrimo rival: el Caracas FC. Iba a pasar de un futuro DT nacional a su sucesor: de Farías a Sanvicente. Pasaba también de un contexto exitoso a otro que también lo sería. Se unía a tipos como Jorge “Zurdo” Rojas, César “Maestrico” González, Luis “Pájaro” Vera y Edgar Jiménez. Había más nombres, pero los últimos dos fueron los que tenían conceptos para enseñarle. Había tanto talento junto que allí se concentraba parte significativa de la selección, ya fueran miembros emergentes o de salida. Convivir con esos jugadores le ayudaría a crecer. La decisión de cambio fue acertada a largo plazo.
Su evolución nunca dejó de estar monitoreada por Farías. Pese a ser momentos difíciles en la clasificación –se habían perdido cuatro partidos en fila- Paky representó por primera vez a Venezuela en 2008. Jugó junto a Tomás Rincón y el resultado fue una victoria contundente por 3-1 ante Ecuador. Eran el doble pivote que todavía se repite en el cuadro nacional. Tampoco encontró continuidad, pero su trabajo iba cosechando triunfos importantes. No viajó en vuelo chárter porque el partido fue en Puerto La Cruz, pero con 27 años había cumplido su sueño.
Los primeros años de Lucena en el Rojo fueron los mejores de la institución. Pertenecía a una plantilla lúcida y ganadora. Allí obtuvo su primer título: la estrella del año 2009. Sin embargo, tuvo que pelear para salir en la foto de los campeones, por eso trabajó duro para ser variante en la posición que su físico le dejase participar. Con la camiseta roja volvió a la instancia de cuartos de final en la Libertadores. Pocos paisanos suyos puede decir que han llegado dos veces a esa ronda.
Hubo tardes en las que fungía como lateral –de corte defensivo–, zaguero central o volante recuperador. La necesidad de sumar movimientos de juego se catalizaba cada vez que era discriminado de los titulares. Empezó a animarse a rematar desde fuera del área, se convirtió en un orfebre buscador del rebote y continuador de la fluidez colectiva con el balón. Cuando pudo desenvolverse ante desequilibrios, cierres hacia los costados y atención a sus espaldas, estuvo completo para ser la peonza de un 4-3-3, si la propuesta era la dicha. A partir de allí empezó la madurez del jugador.
La partida de Sanvicente del Caracas en 2010 dejó un legado de jugadores importante al cuerpo técnico entrante. Cuando Ceferino Bencomo tanteó el acervo de acciones en las que Franklin se podía desplegar, empezó a verlo como una navaja suiza en su plantilla. Con la baja de José Manuel Rey, pudo suplirlo en la zaga. Ceferino no lo nombró capitán porque tenía a Edgar Jiménez; sin embargo, cuando era su acompañante en la segunda línea complementaban posicionalmente sus roles con pulcritud.
De mediados de 2010 a 2012 no consiguió títulos, pero estaba en un plantel ejemplar para su fútbol. Fue desarrollando un carácter lechuguino, tenía puesto fijo en la cancha del endecampeón nacional y gozaba de la confianza de Farías en la selección. Siempre era la cabellera con más gomina en el pasto. Vivía un gran momento. El mejor, quizás, para encarar uno de los retos más grandes de su periplo balompédico.
El verano de 2011 fue la Copa América de Argentina. La aplicación táctica del combinado nacional en aquel certamen fue una propuesta defensivamente solvente, desembocando en partidos de gran eficiencia para Lucena. Estaba favorecido en sus labores de fútbol destructivo. Había llegado al quid de su carrera y sería uno de los nombres que más repetiría en las próximas alineaciones. Fue visto como el chivo expiatorio de la eliminación al no concretar su ejecución en la tanda de penales de una semifinal; no obstante, eso no empañó su destacada participación.
Prolongadas lesiones y la no consecución de copas le alargaron las orejas a la hora de oír ofertas fuera del Caracas. El fantasma del penalti fallido en la eliminación de Copa Venezuela ante Real Esppor vaticinaba la saturación de su relación con el conjunto avileño. Ya había llegado a la treintena y en este punto el futbolista profesional empieza a verse como un trabajador del deporte que se jubila lejos de la tercera edad. Necesitaba de certezas económicas que el Caracas no le podía ofrecer.
De cara al 2013 ya se había confirmado su fichaje al Real Esppor, que le presumía como una pieza fundamental en el cuadro nacional. Cualquier director técnico venezolano desearía tener a Lucena en su registro, más si el mismo es el del extinto equipo merengue. Paky antes peleaba por estar en la cumbre balompédica, ahora lo valorarían positivamente si en un semestre se clasifican a una copa internacional.
Sus nuevos compañeros no eran mediocres, pero no estaban tan determinados al éxito. El nivel de compromiso comparado con que el que él estaba acostumbrado era inferior, siempre se peleó por algo grande y ahora caía a una masa crítica de jugadores que no pensaba en grande. Tampoco cayó en una plantilla idónea para conseguir los objetivos propuestos. Se le fichó para darle un golpe de jerarquía a la nómina, pero él se infectó de su conformismo.
Hubo cambio de dueños en la institución y pasó a llamarse Deportivo La Guaira. Llegaban momentos grises: el equipo luchaba por no descender, fue víctima del hampa caraqueña y su técnico, Francesco Stifano, fue relevado de su cargo. Lucena, mientras tanto, entrenaba con mayor ahínco cuando se acercaba una fecha FIFA: sabía que un bajón físico aunado a una mala racha podían minar sus posibilidades de ser titular. La imagen de Paky peleando por mantener la categoría, en un Brígido Iriarte sin más público que periodistas y familiares, planteaba un porvenir oscuro.
Al turbulento equipo de Franklin entró un poderío económico importante y su carrera volvió a brillar. Llegó un jefe como Leonardo González, acompañado por Pedro Vera, y el equipo levantó. Nuevos jugadores crearon un entorno más competitivo en el vestuario. Lo más importante es que se trabajaba en un proyecto con lo mejor del futbol nacional en cada línea. Otra vez Paky logró dar una vuelta olímpica con la conquista de la Copa Venezuela 2014.
Una recompensa que quizás llegó tarde no fue mal recibida: una oferta viable del exterior. Pensando en que cubriría sus aspiraciones en un país donde puede sacar su teléfono celular en la calle con tranquilidad y ganar un sueldo en moneda extranjera, aceptó. A mediados del 2015, Once Caldas se llevó al de Acarigua rumbo al fútbol colombiano. Con 34 años es uno de los referentes del balompié venezolano en su país vecino. Como venía pasando desde el equipo violáceo, juega de central. Pero en la selección no suele cumplir ese rol, nótese la consecución de su multifuncionalidad en distintos sectores de la cancha aún en su madurez.
Un jugador que parece ser el talismán que eleva la sinergia de sus compañeros. Descubierto por Farías, limado por Sanvicente y disfrutado por González y Vera. No necesitó hacer un gol importante con su nación para inmortalizar su silueta en la retina de sus fanáticos. A lo largo de su trayectoria siempre estuvo en la cófrade venezolana, aliándose con los mejores como consigna. Al igual que el prócer, también portugueseño, José Antonio