Chita vs. el fracaso
Chita vs. el fracaso
VinotintoPerfiles

Chita vs. el fracaso

Juan Sanoja
2015-11-23 09:20:17
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El entrenador que llegó al éxito con las uñas, que en 15 años nunca sufrió un revés, que ostenta el título de mejor entrenador de la historia del fútbol venezolano y que fue pedido a gritos por la afición y el periodismo para asumir el cargo de seleccionador nacional de Venezuela, hoy está ante la primera decepción de su carrera

Como casi todos sus colegas que se regodearon en el éxito, Noel Sanvicente padece de una fuerte adicción al trabajo. El trastorno se fue desarrollando desde su etapa como jugador: no conforme con competir en la cancha con Marítimo, el nativo de San Félix aprovechaba los viajes que realizaba su equipo en Copa Libertadores para husmear lo que hacían otros clubes en sus entrenamientos. El por ese entonces futbolista veía “cosas totalmente diferentes” en las diversas canchas de Sudamérica. Ejercicios y herramientas que él jamás había presenciado en los campos de Caracas y Ciudad Guayana.

Aquel descubrimiento se juntó con su primera experiencia en un curso de entrenadores en Venezuela –“me dieron media hora de charla y luego me asignaron el carnet”–  y fue suficiente para que establececiera un diagnóstico sencillo, pero certero: el gremio estaba sumido en la mediocridad.

Tal evaluación le permitió a Sanvicente reducir la incertidumbre sobre su futuro: tras dejar de jugar, empezaría a entrenar. Su mente inquieta, su ansiedad por bregar y su vena educadora le harían bien al fútbol venezolano, pensaba por ese entonces el joven Noel. El proceso se aceleró cuando la rodilla que ya llevaba cuatro operaciones encima volvió a molestar. Una quinta intervención quirúrjica podía devenir en prótesis, por lo que Chita decidió colgar los tacos para tomar la pizarra.

Y el cronómetro. El cronómetro es fundamental para Sanvicente. El control del tiempo, en general, es otra de las pasiones incontrolables que sufre el guayanés. La puntualidad es innegociable para el hombre que llegó cinco horas antes al recinto en donde iba a celebrar su matrimonio. Un convencimiento que lo acompañó desde su primera experiencia como entrenador, cuando dirigió en segunda división del Caracas FC a unos quinceañeros Ronald Vargas y Alejandro Guerra, hasta nuestros días.

Con un puñado de convicciones encima, Chita comenzó a labrarse su camino de la única forma que él consideraba viable: con trabajo. Al igual que ocurre con otras figuras del deporte, no había nada en Noel que llamase la atención, más allá de sus resultados. Nunca ha anotado en una libretica, no viste de traje y no es de hacer muchos números con las manos desde la banda, o por lo menos la cámara no lo enfoca. Y no lo enfoca, en parte, porque a Sanvicente nunca le ha importado el tema mediático: generar matrices de opinión, proyectar su figura o alardear con sus métodos de trabajo. Él era puro hard work, un revolucionario a la calladita.

Y siempre funcionó. Siempre funcionó… hasta hoy. La historia es la siguiente: el tipo que llegó al éxito con las uñas, que en 15 años nunca sufrió un revés, que ostenta el título de mejor entrenador de la historia del fútbol venezolano y que fue pedido a gritos por la afición y el periodismo para asumir el cargo de seleccionador nacional de Venezuela, hoy está ante la primera decepción de su carrera. A los 50 años, Noel Sanvicente está conociendo el fracaso. Una experiencia totalmente nueva para él: “A lo mejor he debido vivir esto cuando entrenaba en los equipos, pero siempre estuve ahí, de primero, ganando”, dijo un Chita consternado en la rueda de prensa previa al duelo frente a Ecuador. En la misma aparición frente a los medios, el entrenador expresó –palabras más, palabras menos– que no encontraba explicación a la situación actual del equipo. No pudo o no quiso dar el diagnóstico de un paciente que 24 horas después terminaría en estado vegetal.

Tras sufrir la cuarta derrota consecutiva en Eliminatorias, los signos y síntomas del equipo señalaron hacia un lugar en particular: el cerebro. La mente de cada uno de los jugadores, por separado,  y la conciencia colectiva del grupo. Con esto no se quiere restar importancia al juego, al fútbol puro y duro, a la táctica, sino todo lo contrario. El juego es el cerebro y lo es porque los músculos responden a él, porque en el fútbol la velocidad más importante es la mental y porque –sobre todo en la Vinotinto– sin motivación y autoestima no hay paraíso.

Al contrario de lo que se ha propagado, idea siempre hubo. Noel, como manda el deber ser, diseccionó a la Selección de Farías –que era el conjunto que recibía y sobre el cual tendría que trabajar– y estableció un plan, una hoja de ruta. Claro está, el proyecto buscaría mantener los aspectos altos del equipo y se enfocaría en ir cubriendo, punto por punto, el checklist elaborado por él y su cuerpo técnico según las fallas que arrastraba Venezuela. Una de ellas, la organización ofensiva. Es decir, qué hacer cuando sus dirigidos tuviesen el balón.

“Con un solo entrenamiento se pueden trabajar una cantidad incontable de variantes ofensivas, dependiendo de los futbolistas, el rival y otros imponderables. Defensivamente hay conceptos que todo futbolista profesional maneja y que simplemente hay que trabajarlos. Siempre son los mismos: relevos, permutas, agrandar, achicar o presionar. Son nociones universales que se manejan aquí, en China o en cualquier lado. Pero en el ataque converge la creatividad del jugador con la del entrenador, y en ese solo entrenamiento puedes darle hasta treinta variantes para generar juego ofensivo”, llegó a explicar Chita en esta conversación con Ignacio Benedetti, actual jefe de prensa de la Selección.

El primer partido del ciclo fue emblemático, no por rendimiento ni resultado, sino porque en él se mostrarían varias de las premisas que el nuevo entrenador intentaría llevar al terreno. Más allá de la tan mentada ‘presión en toda la cancha’, el privilegiado pie de Edgar Jiménez dirigió salidas de balón que exhibian cierto diseño –mediocentro entre centrales y laterales a la altura del otro pivote–, se intentó utilizar todo el ancho de la cancha con cambios de frente, hubo asociaciones por dentro e intercambio de posiciones entre volantes y delanteros y el equipo, al defender, mordió en vez de aguantar. Una característica inherente al fútbol de Sanvicente: “A mí me encanta la agresividad, pero muchos lo confunden con dar patadas. No. Es ir rápido a la pelota, tratar de hacer los movimientos con ganas, con esa motivación que uno les trata de inyectar”, explicó Noel hace algunos años en esta entrevista.

El propósito era “procurar que los volantes tengan ese espíritu combativo a la hora de recuperar la pelota y que puedan funcionar en las dos dimensiones del juego. Siempre buscando automatizar algunos movimientos y que ellos tengan la seguridad de recuperar y jugar, no que quiten y luego no tengan respuesta para jugar. Tenemos que tener equilibrio en las dos cosas. Agresividad para quitar, estar más cerca y tener respuesta para robar y atreverse. A veces nos confundimos: quitamos y ya no participamos. Hoy por hoy el fútbol te exige esa intensidad y esa dinámica para hacer las dos cosas y ser contundentes luego para aprovechar los momentos”, según le comentó el entrenador a Daniel Chapela.

Tal y como lo ve Sanvicente, el momento de juego que concentró más elementos de su idea fue el primer cuarto de partido contra Chile . Los 20’ iniciales, para ser exactos. Con esa vivencia en la recámara, junto a otros buenos minutos de fútbol, la Selección llegaba a la Copa América con sabor, olor y color de conjunto nuevo, de proyecto incipiente, de equipo que todavía no estaba hecho. El torneo, sea como fuere, sería recibido con las manos abiertas por el cuerpo técnico, ansioso de tener a su disposición a los futbolistas por más días de los que ofrecían las esporádicas fechas FIFA. Chita le sonreía a la circunstancia: la Selección, durante un mes, tendría molde de club.

Para sorpresa de muchos, el debut frente a Colombia mostró a una Selección con sabor, olor y color de conjunto veterano, de proyecto consolidado, de equipo hecho. Sanvicente había encontrado el once. La sensación cobró fuerza en los primeros minutos del choque frente a Perú, hasta que la expulsión de Amorebieta dio inicio a una cadena de eventos desafortunados que terminaría por despedazar la moral de un grupo de jugadores que, por cuestiones lógicas, ante tanto revés comenzaría a perder la confianza en lo que estaba haciendo, en los métodos de entrenamiento que su entrenador estaba implementando.

Por si fuera poco, el inicio de las Eliminatorias –que supondría un reseteo, una nueva oportunidad para hacer las cosas bien, otra ventana para competir y, sobre todo, el sueño de todo el país transformado en objetivo tangible por el cuerpo técnico– quedaría marcado por el blooper propiciado por Alain Baroja y Oswaldo Vizcarrondo. No importa cuánto se trabaje, las cosas no van a salir, habrán pensado por primera vez no pocos jugadores.

Un pensamiento que se vería reforzado cuando a los 35 segundos del siguiente partido Willian Borges enviaría la planificación a la basura. Venezuela quedaría desnuda ante toda una Brasil en Fortaleza. El quiebre era lógico e inevitable.

Los entrenamientos a doble turno, ya de por sí desgastantes, empezaron a ser inmamables. Las charlas con video, que requerían cierto nivel de concentración, ahora supondrían algo sumamente molesto y aburrido. Cualquier ejercicio que se realizase sería visto desde el cristal de la duda, el miedo y la desesperación. Y finalmente, en la cancha, los jugadores se sentirían vulnerables en medio de un modelo de juego que expondría las falencias de un grupo de futbolistas criados en un país con las ya conocidas fallas estructurales.

Y no fue un tema de improvisación o falta de ensayo y error, Sanvicente siempre ha mantenido que, para sentirse seguro, “lo que vaya a hacer en la cancha tengo que trabajarlo en los entrenamientos, para que el jugador juegue con confianza”. Pero sin resultados que respalden el esfuerzo titánico de la semana, es imposible convencer a un grupo de futbolistas de cuál es el camino idóneo a seguir. Necesitas A para conseguir B, pero sin B no tienes A.

El gran problema se debe a que, haga lo que haga, a Venezuela le cuesta en demasía sacar resultados. Cada victoria, en pleno 2015, sigue siendo una bandera clavada, un territorio ganado, para una Selección que, no olvidemos, sacó apenas tres puntos en la Eliminatoria de Francia 98 pero que vive sumergida en un estrés propio de un país que desarrolló su vara de exigencias frente al televisor viendo las remotadas del Madrid y el Barcelona en la liga española.

Sumemos a esto que el grupo viene de un proceso que consiguió una identidad inquebrantable que produjo resultados y tendremos lo que hay actualmente: un vestuario dividido en torno a si la ruta trazada por Sanvicente, y sus métodos de trabajo, es el camino a seguir. El tema no es humo amarillo, sino una cuestión de naturaleza humana: tal y como ha dicho Chita a lo  largo de su carrera, “la gente se anota con los ganadores” y “la confianza en un técnico proviene de los resultados”.

Ante este panorama, el nativo de San Félix no ha logrado que su equipo siga compitiendo. No ha podido establecer en la selección lo que tan importante fue para él en los clubes: que el futbolista se divirtiese en los entrenamientos. Construir un clima de armonía entre mentes ganadoras e inexpugnables. “Con tanta intensidad, dedicación al trabajo y responsabilidad, ¿el jugador tiene tiempo para disfrutar?”, le preguntó Ignacio Benedetti a Noel Sanvicente en la citada charla.

A lo que el DT contestó: “¡Sí, claro! Disfruta cuando llega a la cancha y se da cuenta de la variedad de trabajos que hay, lo que le evita caer en la monotonía. Disfruta cuando se da cuenta de que todo trabajo tiene su sentido, que en la pretemporada hay mucha cantidad de pautas que requieren un mayor esfuerzo pero, una vez iniciado el torneo, hay mayor calidad que cantidad. He tenido bajo mi dirección a muchos futbolistas que anteriormente han estado a las órdenes de otros entrenadores y no se cansan de decir que ‘con Chita se trabaja distinto’. Estos futbolistas llegan a la cancha y disfrutan, y para mí esa es la clave, que el jugador llegue, trabaje y luego se lleve algo de ese trabajo para su casa. Yo no quiero que vengan a un entrenamiento solo por cumplir, sino que lo que se haga en cada pauta les quede, que les agrade, que disfruten porque esa es la mejor manera de convencer al futbolista. Cuando eso pasa es que se llega a la comprensión del entrenamiento, o por lo menos se hace mucho más sencillo entender las razones de cada instrucción. En el cuerpo técnico nos hemos dado cuenta de eso y por ello intentamos que se disfrute el entrenamiento para que así el futbolista se involucre mucho más en la práctica”.

Para lamento del país, cuando Sanvicente dio con la tecla en Rancagua, lo conseguido ante Colombia no devino en una serie de resultados positivos, sino en todo lo contrario. La fatítidica expulsión de Amorebieta frente a Perú se convertiría en el punto de inflexión más radical de la carrera del entrenador que hace tres lustros quiso implementar en Venezuela las “cosas diferentes” que veía en las canchas de diversos clubes regados por Sudamérica. Ante la falta de esa inercia positiva, Noel fue incapaz de encauzar un proyecto que tendrá que ser restructurado. A fin de cuentas, el objetivo de ir al mundial planteado por el cuerpo técnico ya no es posible.

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