Nuestro Juan
El quizá mejor jugador de la historia de Venezuela anunció su retiro de la Vinotinto
El legado de Juan Arango es superior a su zurda. Le abrió las puertas de Europa a sus coterráneos y demostró que un crack sí valora la disciplina. El pasaporte criollo fue visto de otra manera en las principales ligas del mundo gracias a los efectos del Huracán del Caribe. La tormenta no amainó nunca: su habilidad en los tiros libres aún tiene temblando los arcos que enfrentó. Su carácter, eso sí, fue el antónimo del apodo: el silencio absoluto. Nunca se sabía si nuestro Juan guardaba algún parentesco con su tocayo del cuento El diente roto. El mutismo podría ser tanto genialidad como ausencia de vida interna. Las pruebas demuestran que era lo primero: en la cancha se adaptó a cada circunstancia con la convicción de supervivencia del Náufrago. Literalmente, el mejor amigo de nuestro Tom Hanks criollo fue un balón: no de voleibol, sino de fútbol. No sé si le puso nombre. Esas cosas no parecerían de nuestro Juan. Son más típicas de los románticos, como Quique Wolf, que llama al balón La Caprichosa. Y es que en honor a ese apodo, el futbolista venezolano que mejor se alió con ella se retiró en un escenario no digno de su magnitud. Juan no llevó crestas, no usó zarcillos ni posó en ropa interior. Ni siquiera se ahogó en opulencias, lo que hubiese representado el clímax del sueño venezolano. Se movió de forma tan campechana como la del latinoamericano de pueblo. Ese que juega dominó y anda con la camisa abierta por las calles. En Colombia nos entenderían: la literatura de aquel país adquirió otra dimensión con Gabriel García Márquez. Los colombianos, sin embargo, no creyeron ni en el Nobel de Literatura para rendirle pleitesías a quien salió del pueblo: para ellos siempre será Gabo. Arango fue un escritor del fútbol: sus palabras, en jugadas, construyeron sueños en una nación necesitada de alegrías. Y nunca importó dónde estuviera, cómo le fuera o qué tanto ganara, para nosotros siempre fue y será solamente Juan.