Luisma y el dilema del mediocentro
Luisma y el dilema del mediocentro
Vinotinto

Luisma y el dilema del mediocentro

Lizandro Samuel
2015-07-01 15:25:41
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En la era de César Farías se utilizó a Di Giorgi, Francisco y Ágnel Flores. Ahora, con Chita, Seijas ha sido el acompañante de Rincón

“Dime con qué mediocentro andas y te diré qué equipo eres”, Juanma Lillo

El fútbol es energía. No se destruye, cambia. Un equipo hereda problemas y virtudes del que fue. Conocer de dónde venimos para entender adónde vamos, dicen. O al menos, para tener un marco de referencia. Partiendo de estas ideas, la Vinotinto de Noel Sanvicente sigue arrastrando algunas falencias del proceso anterior, pero Chita se acerca cada vez más a solucionar problemas a los que antes parecía que solo Albert Einstein podía darles respuesta. Bueno, no exageremos.

César Farías estuvo frente a la selección nacional desde el 2008 hasta el 2014. Recién llegando tuvo uno de los aciertos más plausibles de su mandato: Tomás Rincón.

La mitad de la cancha generaba dudas, Luis Pájaro Vera ya no era una opción y en el torneo local no se vislumbraban jugadores con un talente tan importante como el suyo. Entonces, apareció Tomás, quien fue el estandarte de todo el proceso. Quien reflejó las virtudes y más groseros defectos de esa selección. Desde el orden en defensa, el pundonor y el liderazgo, pasando por la violencia y limitaciones con la pelota. Tomás es un líder fiel al discurso de su entrenador.

Sin embargo, tras múltiples ensayos, Farías llegó a la conclusión de que le era imposible alinear a un solo mediocentro. Debían ser dos. Los motivos atienden a cuestiones formativas de las que no son responsables ni Richard Paéz, ni César Farías, ni Noel Sanvicente, así que serán atendidas en otro texto. El caso es que la necesidad de colocar a dos jugadores en la primera línea de volantes elaboraba una duda, ¿quién acompañaba a Rincón?

Y empezaron las pruebas, hasta que, en la Copa América Argentina 2011 –etapa cumbre de la Vinotinto de Farías– Franklin Lucena se consolidó como el acompañante idóneo.

A partir de ahí, desde mi punto de vista, Paky fue uno de los de rendimiento más sostenido. Derrochó inteligencia en el que fue, quizá, el mejor momento de su carrera. Sin ser experto en nada, era bueno en todo. Entendía el cómo y los por qué. Por su puesto, esto en un equipo que se organizaba sin la pelota, que prefería defender cerca de su área y con líneas muy juntas. Un equipo que, además, arrastró serios problemas en el ataque posicional, por lo que Paky tampoco debía galantear talento en la distribución.

Entonces, tuvo un bajón. A partir del 2012, luego de su salida del Caracas, en el Real Esppor empezó a disminuir el ritmo competitivo. Hacía meses había sufrido una lesión de la que se recuperó con gallardía, pero ahora el cambio de aire lo mostraba como un futbolista sin tanto ánimo para entrenar. Si antes no le sobraba nada, poco a poco le empezó a faltar.

El problema verdadero, para la Vinotinto, tuvo que ver con errores en la gestión. Farías se empecinó con Giácomo Di Giorgi, Francisco Minino Flores y Ágnel Flores, en desatención de Miguel Mea Vitali, Vicente Suanno y Edgar Jiménez. Los tres últimos fueron –mal– juzgados tras una o dos oportunidades escuetas, mientras que los tres primeros –sobre todo Di Giorgi y Minino– recibieron oportunidades que su rendimiento nunca justificó.

Los jugadores que escogía Farías respondían al biotipo antiguo del recuperador: pierna dura, recuperar y dársela “al que sabe”. Pero el fútbol ya no se trata de eso. Y César nunca pudo corregir. El bajo nivel de sus mediocentros destinados a suplir las bajas de Lucena y Tomás, en relación al resto del equipo, era escandaloso. Acaso se vieron sus mejores momentos en partidos en los que la Vinotinto debió defenderse durante mucho tiempo y en los que un empate adquiría sabor a gloria; es decir, en cotejos en los que se creaba el contexto ideal para cualquiera de esos tres futbolistas pero que resultaba perjudicial para las virtudes de los demás.

Cerrado el ciclo Farías, con Lucena en un mejor nivel pero no apto para jugar en la mitad de la cancha, Chita heredaba la misma interrogante: ¿quién debía acompañar a Tomás?

Debía ser alguien que se explayara en los nuevos conceptos solicitados: saber defender corriendo hacia adelante, organizarse con la pelota y atreverse a jugar. En la lista aparecían, primero, dos jugadores: Edgar Jiménez, en la búsqueda de la oportunidad que antes no tuvo; y Rafal Acosta, acudiendo a un llamado que su talento auguraba desde los juveniles. Ambos dominaron el fútbol venezolano con el Mineros de Richard Páez en la temporada 2013/14. Era su momento.

Edgar, esta vez, no se puede quejar. Tuvo las oportunidades. Su técnica es de lo mejor que ha visto el fútbol local en los últimos 15 años, así como su capacidad para organizar el juego. Pese a esto, a su vida fuera de la cancha siempre se le endilgó la responsabilidad de que no se fuera al extranjero. Para la ocasión, su bajo nivel, de nuevo, lo condicionó en momentos importantes.

Con Acosta pasó algo similar. Es el mediocentro destinado a la selección absoluta desde el Mundial sub 20 de Egipto. Sus posibilidades prometían una fructífera carrera en Europa, pero la inmadurez dentro y fuera de la cancha lo perjudicó. Aunque, con un esfuerzo notable, reconocido por Rodolfo Paladini, logró entrar en los convocados a Chile 2015.

Ahí apreció entonces Luis Manuel Seijas. Un jugador al que siempre se le resalta el profesionalismo. En él se fijó Páez y fue un fijo en las convocatorias de Farías, pero nunca pudo llegar a ser una pieza destacada. Con el cambio de DT el momento parecía haber llegado.

Como volante de primera línea, Seijas ofrece limitaciones en la marca. Si solo se observa eso, la decisión de que acompañara a Tomás no estaría justificada. Hay que ver más allá. Primero, a sabiendas de que no tiene el uno versus uno defensivo de Lucena, debe ir hacia adelante, anticipar o interceptar, algo acorde a lo que pide Chita. Igualmente, con la pelota en los pies destaca. Con mejor drible, finta y conducción que cualquiera de los candidatos al puesto –incluso que Tomás–, fue importante la manera en la que pudo limpiar jugadas complicadas en salida, desbaratar la presión rival y –sin mucho esfuerzo– encontrar pases profundos hacia los delanteros y volantes de segunda línea.

Estas virtudes, se pensó en algún momento, podrían haberse encontrado en proporciones distintas en Juan Arango, el jugador venezolano con mayor capacidad de adaptación. Pero su baja intensidad defensiva hubiese sido una falencia casi insalvable en ciertos contextos.

Seijas, sin que esa posición sea en la que se ve su mejor versión, mostró galones importantes en pro a consolidarse como una pieza clave, como un protagonista. En la era Farías, jugando allí, se vieron algunas de sus virtudes, pero resaltaron en demasía los defectos. Esta vez el plan de juego lo fortalece. Y él, principalmente por lo que representa, fortalece al equipo. Aunque no sea lo más mentado por la prensa, ahí está uno de los rasgos evolutivos más importantes de un proceso que sigue en fase embrionaria. Si Rafael Acosta decide reencauzar su carrera, la primera línea de volantes podría tener virtudes inéditas con la pelota.

Para muchos entrenadores y analistas, el mediocentro es la posición en la que se determinan la mayoría de las conductas de un equipo. Allí es donde se empiezan a definir los caminos y de esa posición dependen muchas de las respuestas a las interrogantes que puedan surgir. La Vinotinto, por fin, está trazando una nueva hoja de ruta.