Revancha
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Revancha

Lizandro Samuel
2015-02-16 18:18:46
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Una crónica sobre quien fue uno de los jugadores más prometedores de la cantera del Caracas F.c

“La esperanza es el peor de los males, pues prolonga el tormento del hombre”, Friedrich Nietzsche.

“Pronto llegará/ el día de mi suerte/ sé que antes de mi muerte/ seguro que mi suerte cambiará”, Héctor Lavoe.

“Cuando se acaba la esperanza, se acaba la vida”, sin autor.

 

La experiencia de montarse en un autobús nunca ha sido tan profunda. Con unas piernas muy delgadas y trémulas avanza sin ver a los lados. Al menos no directamente, porque es imposible no ver de reojo esas facciones que ya conoce. Más allá de eso, jamás se imaginó que el autobús estaría tan lleno. Por Dios qué no. Ni que le tocaría llegar al fondo del mismo; ahí, donde los capos se apertrechan entre chanzas y reflexiones. Javier Toyo y Oswaldo Vizcarrondo le abren un espacio para que se siente. Continuos a ellos están José Manuel Rey y Luis el Pájaro Vera.

Mario Vargas Llosa declaró una vez que la experiencia más sublime de su vida fue aprender a leer. Para Marcos Martínez lo fue jugar al fútbol. Desde niño encontró en una cancha la razón de ser que todos los seres humanos buscan a lo largo de su vida, algunos sin encontrarla. Fue así como destacó en San José y Juniors, antes de ir a parar a Intevep; las tres, escuelas de Los Teques.

Con 12 años fue el capitán y goleador de la Infantil C de Intevep que ganó la Liga de Guaicaipuro. Metió una cifra absurda de goles que triplicaba la cantidad de partidos que jugó.

Luego, Leonel Moscote, quien era su entrenador en ese entonces, lo invitó a un seleccionado que iban a armar, gracias a la Fundación Amistad, para realizar un viaje a España, de cara a un torneo amistoso.

Pasó las pruebas con holgura y destacó en España. De hecho, aquello quedaría tatuado en su recuerdo como una de las experiencias más significativas de su vida. A Marcos se le abría un mundo nuevo. Un mundo en el que las promesas de quienes lo rodeaban apenas empezarían a surgir.

Isaac Ramos, uno de los entrenadores que viajó con él, le recomendó ir al Caracas F.c.

No hubo trato especial. Un día, su papá lo llevó a la cancha del Cocodrilos Sport Park; luego, se sentó en las gradas para tratar de reconocer a su hijo entre cientos de niños vestidos igual. Era el plan vacacional del Caracas F.c. No una selección ni alguno de sus equipos. Un plan vacacional en el que nueve de cada diez niños no llegaría a pertenecer a los equipos importantes de la institución.

Marcos fue invitado a formar parte de la escuela. Entonces, vinieron las ligas juveniles y amateurs: César del Vecchio serie B y A, Liga Colegial. En ningún equipo estuvo mucho tiempo: sobresalía sin dificultades. Él corría, sudaba y se entendía de maravilla con la pelota. Aunque sentía que se esforzaba, la luz de la distancia retrospectiva le susurraría, años más tarde, que eso eran apenas niñerías, que la vida de verdad estaba por comenzar.

A los meses se fue a Argentina con un seleccionado sub 15 del Caracas. Allá fue uno de los más destacados.

Ya de regreso, lo llamaron a integrar una selección de jugadores de toda la institución. Esa selección reforzaría al Caracas B en un partido de entrenamiento entre ellos mismos.

Marcos era visiblemente menor que el resto de los convocados. Cristian el Chispa Novoa, que en ese entonces también era un adolescente –aunque no tan joven como Marcos–, se sorprendió de la calidad del volante ofensivo –posición que asumió desde que llegó al Caracas–. Lo buscó para conversar, le preguntó la edad y le rindió varios elogios.

Chispa no fue el único fascinado con el jugador de Los Teques.

Para los entrenadores, entre los muchachos invitados, dos jugadores sobresalieron: Marcos Martínez y Héctor Posada. Uno de los dos sería premiado reforzando al Caracas B en un amistoso contra el primer equipo, en Maracay, antes del inicio de la pretemporada.

Más adelante, en su apartamento, el papá de Marcos se sentó a hablar con él. Le dijo que quizá podría quedarse a hacer pretemporada con Chita. Nadie les había advertido, pero era una posibilidad; por consecuencia, era buena idea hacer una maleta. No la llevaría el jugador consigo, pues él viajaría con el equipo. La llevaría su papá en su carro particular, con el cual acompañaría a ver a su hijo jugar al lado de algunos referentes de la selección nacional absoluta.

Así es, los entrenadores se habían decantado por Marcos. Lo habían premiado. Y, ahora sí, empezaría la vida de verdad. La vida de un chamito que llamaba tanto la atención como Fernando Aristiguieta, Alexander González, Rómulo Otero y Josef Martínez.

Aprieta los puños. La quijada corresponde al gesto. Con la mirada fija en el suelo, siente que los ojos se le humedecen. No puede ser, no. Si en todo ha destacado tanto, ¿cómo es posible que esté desperdiciando una gran oportunidad?

Acaba de finalizar el partido en Maracay, Marcos apenas y pudo tocar una pelota. Se siente un fracasado. Entonces, Noel Chita Sanvicente, DT del primer equipo, se le acerca. Le pregunta si tiene familia en Maracay. Marcos niega con la cabeza. “¿Pero no tienes ropa aquí, chamín?” Al adolescente el asomo de lágrimas se le empieza a secar. Recuerda a su papá, la conversación, la advertencia. Marcos dice que su papá tiene una maleta con su ropa. Chita lo invita a quedarse durante toda la pretemporada. Dos semanas en las que va conocer las pesas, las ligas y el fútbol de alto rendimiento. Por supuesto, acepta. En el hotel, Alexander González sería su compañero de cuarto.

...

Después de la pretemporada con el primer equipo, Daniel Nikolac, para entonces DT de la sub 17 del Rojo, invitó a Marcos a probarse con dicha categoría. Y no solo fue seleccionado, sino que se convirtió, con 15 años, en un titular fijo en una de las mejores versiones de cualquier equipo de la cantera del Caracas.

Antes, Nikolac le pidió que retrasara su posición. Que dejara de ser un volante ofensivo, para empezar una mutación a lateral derecho. Marcos aceptó con el placer de quien adora los desafíos, del que ama lo que hace. Con la obediencia y disciplina de estar acostumbrado a ser uno de los primeros en su liceo, el Colegio Jesús de Nazaret, uno de los que reunía los promedios de notas más altos y los regímenes más estrictos de todo Los Teques.

Entonces, cuando el Caracas sub 17 había llegado a la final que lo enfrentaría al Zamora, cuando la Vinotinto sub 15 sondeaba la posible convocatoria de Marcos, llegó la lesión.

Un desgaste en el cartílago de su rodilla derecha se transformó en un dolor paulatinamente insostenible. Ningún médico podía entender cómo era que un chico de 15 años tenía tan desgastado el cartílago. No era normal. Por eso, los médicos de la institución le dijeron, a un jugador que hacía semanas estaba a punto de ser convocado a una selección nacional, que se olvidara del fútbol, que no podía seguir jugado.

Sonríe y no escatima en bromas. Simula ser el de siempre. Sus compañeros no lo ven alterado. Hasta les pareciera que está de mejor humor. Sostiene su cuerpo entre muletas. Ya no tiene que pedir permiso para salir temprano del liceo. Tiene más tiempo para hacer las tareas. Sus amigos lo ven con mayor frecuencia. A todos les sonríe. Incluso, disfruta de la compañía recurrente de muchachas de la misma edad. Ahora sí tiene tiempo para hacer todo lo que no le interesa hacer. Está recién operado.

El secreto para sobrevivir al infierno es entender que el mismo representa un proceso personal. Nadie sabía que los médicos le habían dicho que no podía jugar fútbol. Tras ver a su equipo perder la final frente al Zamora, inició la recuperación. Nueve meses en los que los demonios adquirían la figura del miedo.

Pero lo hizo.

Pudo volver a tocar una pelota. Pudo volver a jugar. Y también, pudo darse cuenta de que las puertas estaban más cerradas que antes. La cuestión no era nada más recuperarse internamente, sino futbolísticamente. El Caracas no le pagó la operación. Ahora, de paso, le decían que su espacio estaba en la escuela, no en la sub 17. De nuevo las ligas amateurs: César del Vecchio, Liga Colegial y otras parecidas.

Marcos estaba en la edad en la que se descubren los primeros amores, en la que se trata de domar a las hormonas, y en vez de pensar en si la chica que tanto le gustaba le podía o no hacer caso, se sentía como una hormiga, que ve descender hacia ella un inmenso zapato, ante la posibilidad de no volver a ser el de antes.

Y no lo volvería a ser: porque la vida te cambia, porque todo es impermanente, porque lo que no mata fortalece.

Tras nueve meses de recuperación y varios más de jugar en ligas de bajo nivel, Nikolac lo aceptó de nuevo en la sub 17. Era una nueva temporada y él fue el último en entrar en la nómina.

Marcos golpea la almohada. Su cuarto es en realidad un inframundo de pesadillas. Llora como le diría un padre machista a su hijo que no deben llorar los niños. Tiene 17 años y no quiere saber más nada de balones. Su mamá no sabe qué hacer: ver a un hijo sufrir es como entrar a una cámara de gas. Su papá tampoco encuentra respuestas. Tantas horas invertidas… tanto de todo, y otra vez lo mismo. El fútbol es una mierda, piensa Marcos. La vida es una mierda, repite mentalmente. Suena el teléfono, un texto. Le dice a cualquiera de sus amigos que no va a poder ir a ese lugar al que lo invitaron. Se excusa en diarrea, indigestión o algo parecido. Todo es una mierda, repite y sigue llorando.

La segunda lesión lo agarró cuando ya estaba entrando a los planes de la sub 20 del Caracas. No había sido fácil, pero había logrado retomar el ritmo de competencia necesario para el fútbol de alto nivel.  La segunda lesión fue una rotura parcial de ligamento cruzado. Otra vez la misma rodilla. Una nueva operación.

Para ese entonces, sus compañeros de otrora ya despuntaban como figuras: Aristiguieta y Alexander estaban en el primer equipo. Otero y Josef iban en camino.

Aristiguieta también se había roto los ligamentos. El Caracas le pagó la operación a Fernando, no a Marcos. Así y todo, las visitas al psicólogo de la institución y el apoyo familiar lo ayudaron a asimilar todo con menos llanto y más gallardía. Aunque nunca dejaría de preguntarse por qué a él, por qué otra vez, por qué no a otros que estaban pendientes de mujeres, sexo, alcohol, fama y fiestas, y sí a él que era abstemio y estaba dispuesto a sacrificar cualquier cosa por jugar al fútbol.

Ahí empezaría su idilio con Dios y una fe tan autentica y fuerte que no le permitiría aceptar ninguna religión. Porque, para él, Dios no se trata de rezos ni de iglesias, se trata de fe.

En un proceso largo de recuperación, le tocó coincidir con Franklin Paky Lucena, quien también debía asistir al departamento médico con frecuencia. “Ya vas a ver que yo me voy a recuperar y voy a jugar con la selección las Eliminatorias”, le prometió una vez. Y sí, Paky se recuperó y jugó las Eliminatorias. Aristiguieta también. Y, como la crónica no puede acabar aquí, Marcos hizo lo propio.

Entró a la sub 20 de la institución. El Caracas era otra cosa. Ex funcionarios del Rojo suelen repetir lo tenso que puede ser ese ambiente laboral y lo conflictivas que llegan a ser las relaciones entre todo el personal. Ningún jugador estaba al tanto de tal situación, pero sí la percibían.

Aunado a eso, llegó la política de los 1995, quienes parecieron que eran los únicos jugadores que le importaban a la institución. De esa política –que consistía en una aceleración del proceso formativo mediante viajes al extranjero y hacer competir a los jugadores por encima de su edad– saldrían futbolistas como Jefre Vargas o Juan Carlos Castellanos, pero también se disminuiría el nivel competitivo del Caracas. En temporadas siguientes, llegar al primer equipo no sería algo tan difícil.

Sin embargo, Marcos se encontraba con laterales derechos consolidados en el equipo B y en la Primera. Ambos eran todavía productos de una cantera con un filtro tan estrecho que canterano que se consolidara en el primer equipo era canterano de selección nacional.

Aparte del brasileño Amaral, Alexander González era uno de los recurrentes en el lateral derecho del Rojo.

Años atrás, en la pretemporada con Chita en Maracay, un día Marcos se quedó dormido y faltó al desayuno. Alexander, quien pudo despertarlo y no lo hizo, lo vio llegar de último al autobús que llevaría al plantel a la cancha de entrenamiento. Chita regañó al juvenil de 14 años. Cuatro años después, Alexander seguía por delante de su competidor.

Las puertas se veían chiquitas para Marcos.

De paso, según declaró el jugar más adelante, sentía que no cumplía con las expectativas de Rolando Bello, su nuevo DT de la sub 20.

Parecía que Marcos no era del agrado futbolístico de Bello. Durante ese período, numerosos juveniles con trayectoria en la institución fueron apartados o decidieron salir del equipo, de manera aparentemente incoherente en relación al estatus y proyección que tenían dentro del Caracas.

Marcos decidió bajar a la sub 18 y seguir jugando ahí. La sub 18 sustituía a lo que antes se llamó sub 17. De este modo, cuatro años después de su pretemporada con el primer equipo, seguía estando en el mismo escalón.

Daniel Nikolac acababa de firmar contrato con el Atlético Miranda de Segunda División y le hizo una oferta.

Dudas, lágrimas y recuerdos de lo que para Marcos era su vida, fueron la antesala al adiós que le dio a una institución en la que fue recogepelotas con la misma ilusión con la que un día, con 14 años, se apertrechó en un autobús entes Vizcarrondo y Toyo.

En el Atlético Miranda cambió los pagos puntuales de los quince y último, por deudas de hasta cuatro meses. La comodidad de un complejo deportivo, por una pequeña cancha de entrenamiento en Montalbán. Parte de la pretemporada, el equipo la hizo en el Parque del Este; fue entonces cuando, por primera vez desde los 13 años, Marcos salió de un entrenamiento sin ducharse. En un parque público no hay vestuarios.

Claro, también hay que decir que cambió la sensación de incertidumbre y fracaso por minutos en cancha. Por sentirse importante otra vez. Eso hasta mitad de torneo, cuando Nikolac salió del equipo y el nuevo DT no contó con él.

Tener un contrato firmado lo hizo ver la segunda mitad de la temporada en el banco. Una vez finiquitó contrato, quedó en calidad de agente libre. Salir del Caracas F.c y seguir jugando en Venezuela es como pasar de vivir en Suiza a vivir Caracas. Por eso, tanto él como su papá querían algo diferente. Marcos podía jugar en al menos la mitad de los equipos de la Primera División del país: “Ajá, ¿y cuál es tu techo?, ¿seguir jugando en Venezuela?”, le repetía el papá.

Inició estudios de inglés, cuidó su alimentación, sumó el gimnasio a una de sus prioridades y postuló para varias universidades estadounidenses. Ya con un cuerpo inflado, que simula el de un héroe griego luego de enfrentar sus peores demonios, recibió carta de aceptación de la Universidad de Virginia.

En la embajada, le negaron la visa. Y no una, sino tres veces.

Enero 2015. Un jueves cualquiera. Marcos se monta en el Metro de Los Teques. Otra vez va al Cocodrilos Sport Park. Son las siete de la mañana. Anda en shorts y una campera sin mangas. Lleva puesta la capucha: se acaba de afeitar y le da frío en la cabeza.

Tiene una temporada sin jugar. Ya tiene 20 años. Sus padres cocinan el proyecto de mandarlo a España. Ha continuado sus estudios de inglés, hace mucha vida social, y recibe constantes puñaladas de conocidos y amigos quienes le hacen preguntas sobre por qué no llegó a profesional con el Caracas. Marcos improvisa una media sonrisa: “Nada, relajado, tú sabes cómo es, me voy a dedicar a vender cachapas”. Nunca le ha gustado abrirse con nadie. Aunque las preguntas duelan y no sepa dar una razón precisa y corta.

Se baja en Antímano y agarra una camioneta hasta el C.C. Galerías Paraíso. Piensa en cómo será su vida en España. Va mentalizado a enfrentar lo qué venga. Ahora sí sopesa un plan b: podría empezar a estudiar algo relacionado al periodismo deportivo o a la nutrición, pero lo principal es probar en diversos equipos en Madrid.

Abandona la camioneta. Se dirige al Cocodrilos. Ya adentro, enfila la subida que tantas veces recorrió años atrás. Se ilusiona. Está entrenando con el Caracas B, que ahora juga en Tercera División. Entrena para llegar en forma a España.

Días antes, en su primer entreno, haciendo pasadas después de más de un año, sufrió una contractura. Recordó a su papá que siempre le recriminó que se esforzaba demasiado, que no siempre había que entrenar al cien por ciento. “Si tienes juego mañana, no tienes porqué esforzarte tanto hoy”, le decía.

Las contracturas son lesiones leves. Entrena con el grupo de los lesionados.

Termina la sesión y, como él solo piensa en fútbol, no entiende cómo le puede ir tan mal a la Vinotinto sub 20 en el Sudamericano de la categoría. También piensa en un ex compañero suyo que regresa al país y anda exigiendo cobrar equis cantidad de dinero en especifico, pese a que no ha demostrado su valía. Marcos no entiende esos niveles de arrogancia y repudia el nivel de indisciplina que se rumorea mantienen ciertos jugadores de selección nacional.

Le da rabia. “Si estuviera yo ahí…”, piensa. No porque se sienta más capacitado, sino porque valoraría más la oportunidad.

Al mediodía está otra vez en el Metro, esta vez rumbo a Los Teques. La campera que lleva le da cierto aire de Rocky Balboa. Un boxeador dispuesto a buscar revancha. Una revancha que no tiene nada que ver con algo tan banal como el fútbol en sí, sino con algo más profundo: con la vida misma. 

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